A mediados del año 2016, a los 26 años de edad, mí salud comenzó a dar señales de que algo andaba mal. Mí sistema digestivo rechazaba varios alimentos. Muchos estudios médicos, distintos diagnósticos, pero ninguna mejora. Llegué a sentir que no había solución para mi salud. Estaba tan mal físicamente, que paulatinamente fui entrando en una depresión profunda con muchos intentos de suicidio. Para ese entonces estaba pesando 39 kilos. Mi esposo, mi hija, mis familiares y mis amigos hacían todo lo posible para ayudarme, pero muchas veces, se sentían devastados al ver que todo seguía igual.
En julio de 2018 llevaba 2 años en este estado y en medio de tanta oscuridad. Conocimos a una nutricionista que estaba capacitada para atender casos como el mío. Ella armó un equipo médico y juntos realizaron un plan para que yo mejore. Dado que tenía el diagnóstico de intolerancias a varios alimentos (dieta sin gluten, sin azúcar, sin lactosa y sin levaduras), me dieron suplementos nutricionales y psicofármacos, así fue que en 3 meses pude recuperar mi peso normal (54 kilos).
En parte se había estabilizado mi salud. Digo en parte porque aún había cuestiones más profundas que necesitaba sanar. En el año 2022, ya no estaba en depresión, pero aún tenía días de importantes conflictos con mis emociones. Esos días sólo quería estar en la cama. Recuerdo que escuché en un video al Doctor Sebastián Palermo, quien decía que lo necesario es la educación emocional para salir de ciertos ciclos dañinos. Eso fue tan fuerte para mí que clamé: “Papá Dios, yo necesito educación emocional, no puedo con estos conflictos internos. Siento mucho miedo y mucha tristeza, no sé cómo resolverlo. Pero quiero ser guiada por profesionales que tengan tu Espíritu Santo”.
A los 3 meses llegó la respuesta de ese clamor y durante un año estuve aprendiendo a discernir mis creencias profundas. También recibí herramientas a través de las cuales el Espíritu Santo continúa enseñándome la verdad para ser libre. Parece místico, pero es concreto y real.
Quienes hemos aceptado el proceso de transformación de nuestra manera de pensar, sabemos que Papá Dios se hace visible en ese camino de las profundidades del alma.
Para finalizar, ya llevaba 7 años con esta dieta por intolerancias alimentarias, y aunque lo había aceptado, Papá Dios tenía preparada una redención más para mí. Él me enseñó a comer sin ansiedad y a disfrutar de cada alimento. Un día me dijo: “Ya te he sanado, ahora de a poco incorpora los alimentos que por tantos años tu cuerpo ha rechazado”. Así fue por 3 meses y pude evidenciar el milagro, entonces comencé a dar testimonio de la sanidad y de la enseñanza recibida.
Glorifico a Papá Dios porque este milagro fue una muestra más de su provisión en tiempos de
escasez, ya que estaba siendo complicado conseguir los ingredientes para mi alimentación. ¡Él siempre llega a tiempo! ¡Pude ver que la enfermedad sólo fue reflejo de cómo estaba mi alma y que su plan siempre fue la redención! Realmente Cristo, nuestro Redentor, ¡está vivo!
Quienes me vieron en esos años de tanta oscuridad, son testigos de que sólo Él pudo darme esta libertad y sanidad desde adentro hacia afuera.