¿Alguna vez te pusiste a pensar que estabas en el lugar inadecuado, que tu tiempo ya había transcurrido, que el cuarto de hora ya se te había pasado para realizar tal o cual acción? ¿Sentiste alguna vez el murmullo de quienes, por lo bajo, decían que ya estabas viejo o vieja para hacer lo que estás haciendo? ¿Te asaltó alguna vez ese pensamiento de “estoy haciendo algo que debería estar realizando una persona más joven que yo”, “estoy ocupando un lugar que no me corresponde”, o la típica, “ya estoy grande para esto”?
Déjame decirte dos palabras que pueden sonar un tanto ásperas, pero no por eso dejan de ser ciertas: ¡Son mentiras! Sí, así como suenan de duras, son una bofetada de realidad para quienes creemos que el reloj biológico es el dueño de nuestras vidas y decide qué debemos hacer y qué no, o para qué estamos capacitados y para qué no.
Vayamos a un puñado de ejemplos que nos muestran que la edad no es la que decide por nosotros. Todos habremos escuchado la historia del Coronel Haland Sanders. Tal vez no nos suene su nombre, pero seguramente nos resultará familiar el nombre KFC, la famosa casa de comidas rápidas. Bueno, Sanders, se podría decir que fue un hombre desdichado. Su vida estuvo signada por los fracasos, tanto familiares como laborales. A lo largo de 60 años, pasó por innumerables empleos y nunca logró nada relevante, pasó por un divorcio, se enlistó en el ejército falsificando un documento y llegó a ser coronel no por méritos militares, sino por ser buen cocinero, lo que le valió el nombramiento. Pero su irrelevante vida tuvo un vuelco luego de encontrarse solo y sin trabajo. Fue allí que se puso a cocinar pollo frito, su especialidad en el ejército, y comenzó a venderlo en su circuito inmediato. Para hacer corta la historia, a los pocos años de crear Kentucky Fried Chicken (KFC), vendió la empresa en 3 millones de dólares y pautó con sus compradores un sueldo vitalicio de 200 mil dólares anuales por aparecer en todas las publicidades de la cadena, que llegó a tener 600 sucursales solo en los Estados Unidos.
Pero, para no caer en ejemplos que puedan parecer una venta de “autoayuda y superación”, vamos a un par de historias bíblicas que nos recuerdan que la edad no es un condicionante para iniciar y desarrollar una tarea o mismo, un ministerio.
Lo que se sabe de Abraham, según la Biblia, es que era un rico empresario, que tuvo una disputa familiar y que se fue con los suyos a una punta del mapa mientras el resto de sus parientes se fueran a la otra. Pero el Génesis hace mayor énfasis en que lo más relevante en la vida de Abraham, aquello por lo que pasó a la posteridad, lo hizo cuando tenía casi 100 años. Tuvo un hijo e inició una descendencia que se mantendría hasta el día de hoy. Podemos especular en que Abraham “se dejó estar”, pero lo cierto es que Dios le hizo una promesa cuando ya había pasado los 90, es decir, el que manejó los tiempos de Abraham para que iniciara el acto más trascendental de su vida fue Dios.
Otro caso es el de Moisés. Recién a los 80 años inició el salvataje de Israel de manos de los egipcios. Puso las mil y una excusas para esquivar el mandato divino, pero Dios se las ingeniaba para otorgarle los recursos que le permitieran realizarlo. Lo cierto es que los hechos más relevantes de la vida de Moisés los realizó siendo un octogenario. ¿No te da la sensación de que Dios se divierte derribando nuestros prejuicios y estándares? Porque cuando para el ojo humano se es viejo para comenzar algo, Dios, en su gran sentido del humor, nos muestra que cuando Él tiene un plan para sus hijos, la edad es lo de menos.
Escuché a mi pastor lanzar una frase que dice que “Vivimos en el Reino de los incorrectos”. Y Dios es un especialista en esta materia. Tal vez tienes 40 y se te abrió la posibilidad para que comiences una carrera universitaria. ¡Hazla! ¡Regístrate en una universidad! O a tus 50, cuando ya eres viejo para que tomen en un empleo, te cruzaste con alguien que te proveyó la materia prima para comenzar un emprendimiento. ¡Entonces, comienza a producir! Tal vez a tus 60, con una gran experiencia acumulada, se abre el camino para transitar una carrera política que te deposite a los 70 en un puesto jerárquico que dirija los destinos de tu ciudad, tu estado o, por qué no, tu nación. Cuando el plan es ideado por Dios y su intención es que seamos los que lo llevemos a cabo, no lo dudemos ni miremos el almanaque.
“Señor, ya sé que eres el Dios de los incorrectos, que haces que una persona ordinaria haga cosas extraordinarias y que para ti no hay edad que lo impida. Ayúdame a entender que no debo regirme por los estándares humanos, aquellos que desestiman el valor de la experiencia, o que consideran obsoleto aquello que ya pasó de moda. Quiero ser parte de ese reino de los incorrectos, donde a pesar de mi posición social o de mi edad, puedo ser un instrumento para que hagas cosas trascendentales”.