Hace algunas semanas (no tantas) venían a mi mente algunas situaciones a las que no les encontré sentido alguno ante mi mirada humana; por supuesto, con el diario del día después entiendes un sinfín de situaciones e indudablemente dices: “¡Ah! ¡Ok! Allí estuvo Dios”.
Pero no puedo dejar de pensar en lo que me tocó atravesar hace unos días. La pérdida de alguien muy querido. Qué difícil es entender lo que sucede en esos momentos. Porque es real que a veces usamos la frase “Crónica de una muerte anunciada” cuando hablamos de situaciones que, de alguna manera, nos las esperábamos y pasan. Hablo de situaciones que no nos sorprenden.
A mí sí, me había sorprendido, asustado, angustiado la partida de mi querido amigo. Pastor joven con una familia extraordinaria, un hombre literalmente abocado a la obra de Cristo sin escatimar absolutamente nada. Dio todo por la familia de Dios.
Y un día, de forma inesperada, me llega la noticia: Ya no podré compartir momentos con él, su ministerio, escuchar su risa o más aún, oírle orar por todos y cada uno de nosotros.
Durante esos días hablé de él. Y a todos les decía: A veces perdemos personas que están en nuestra vida y la iluminan; pero en algunas ocasiones perdemos personas que iluminaban y hacían bien al mundo. Él, mi querido amigo, estaba en ese grupo; diría selecto y pequeño que le hacían bien al mundo.
Cuando pienso en la Palabra, leo y recuerdo el pasaje más corto de la misma: “Jesús lloró”. Él lloró, él es como tú y como yo. Y también se sentía desconsolado, triste, angustiado; seguramente buscando respuestas de lo sucedido.
Creo que ese pasaje (léelo completo) nos hace dar cuenta de las situaciones, preguntas, momentos sin sentido. Y que nos generan angustia y a las cuales no les podemos encontrar una respuesta.
En este día sábado Jesús nos da la posibilidad de cambiar esos “sin sentido” por todo lo que tiene sentido. Qué paradoja ¿no? Tener que empezar a pensar en lo bueno de este día, en los buenos recuerdos, en cómo podemos bendecir y ayudar a alguien, aun sabiendo que, quizás, estamos tristes, no entendemos algunas situaciones. Pero déjame decirte que Dios sigue siendo Dios. Y así como me abrazó y consoló a mí lo quiere hacer contigo hoy.
Déjate sorprender por Él. Ríe, reúnete con amigos, manda ese mensaje pendiente. Y haz sentir a las personas que amas que le hacen bien al mundo.
Jesús lloró; pero todo tuvo sentido.
“Jesús, moldéame de tal manera que pueda ser alguien que ilumine y haga bien al mundo. Que no sea solo una oración al azar, sino que sea un propósito hasta el último día de mi vida”.