El pastor Harper nadó hasta un joven que se había subido a un pedazo de escombros. Le preguntó entre respiraciones: “¿Eres salvo?” El joven respondió que no. Harper entonces trató de guiarlo a la salvación en Cristo. Sin embargo el joven, que estaba casi en estado de shock, respondió que no le interesaba el asunto.
John Harper se quitó el chaleco salvavidas y se lo arrojó al hombre mientras le decía: “Si no crees en Cristo, entonces, necesitas esto más que yo…”, y se alejó nadando hacia otras personas.
Unos minutos más tarde, Harper nadó de regreso hacia el joven del chaleco quien, conmovido por el acto de sacrificio y la actitud compasiva de Harper, aceptó a Cristo como su único y suficiente Salvador.
De las 1.528 personas que entraron al agua esa noche, solo seis fueron rescatadas vivas por los botes de salvamento. Uno de ellos era el joven del chaleco salvavidas, quien flotaba entre los escombros.
Cuatro años más tarde, en una reunión de sobrevivientes, este joven se puso de pie y, llorando, contó cómo John Harper lo había guiado a Cristo. El pastor Harper había intentado nadar para ayudar a otras personas, pero debido al frío intenso, se había vuelto demasiado débil para hacerlo.
Sus últimas palabras antes de sumergirse en las frías aguas fueron: “Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo”.
¿Hollywood recuerda a este hombre? No. ¡Oh bien, no importa! Este siervo de Dios hizo lo que tenía que hacer.
Mientras otras personas intentaban comprar su camino a los botes salvavidas y egoístamente intentaban salvar sus propias vidas, John Harper renunció a su propia vida para que otros pudieran ser salvos. ¡Eso es amor!
“Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos. Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir por el bueno. Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:6-8).