¿A cuántos les ha pasado que, estando estudiando en alguno centro de estudios, fuera citado para ver al director de dicha institución para comunicarle algo importante? Recuerdo cuando un pastor también me llamó a su oficina para conversar sobre una situación.
Cuenta un pastor amigo que estaba en octavo grado cuando lo enviaron a la oficina del director. Había cruzado la línea con su maestra por hablar demasiado en clase. Ir a la oficina normalmente significaba una de dos cosas desagradables: golpes con una paleta o castigo después de la escuela (dos horas de tiempo fuera). Su amigo Miguel fue cómplice en esta ocasión y lo enviaron a la oficina del director. Ninguno de los dos quería quedarse dos días en el Salón de Detención, así que optaron por tres golpes. El Sr. Director tuvo los honores de azotar a los dos aplicando de todo corazón la medida correspondiente. Fueron los azotes que no pudieron olvidar.
La disciplina de Dios
Todo cristiano sabe acerca de la disciplina del Señor. Todos hemos pasado por la oficina del Director alguna vez en la vida. Dios es un Padre bueno y amoroso. Cuando Sus hijos se alejan pecaminosamente de Él, Él es fiel y amoroso y nos persigue para volver a alinearnos. Él nos disciplina para nuestro bien. A veces la disciplina es como la sala de detención en el vientre de un gran pez (ver el libro de Jonás), y a veces la disciplina es una pocilga como el hijo pródigo. Pero aquí está la pregunta clave: ¿cómo respondes a la disciplina del Señor?
Hay dos formas incorrectas de responder:
1. Consideras su disciplina a la ligera. Cuando haces esto, básicamente estás ignorando al Señor. No tienes intención de dejar que la disciplina cambie tu comportamiento. Nunca tomemos Su disciplina de una manera frívola e irreverente.
2. Reaccionas mal cuando Él te reprende. Cuando haces esto, básicamente estás llevando su reprensión a tal extremo que te debilita. Con esta respuesta, te resulta difícil seguir adelante porque has desagradado al Señor.
Los cristianos tienden a gravitar hacia uno de estos dos extremos. O pensamos a la ligera en el pecado y sus devastadoras consecuencias, o nos castigamos por nuestros pecados y fracasos hasta el punto de que ya no podemos disfrutar más de la vida cristiana.
¿Cómo debemos responder adecuadamente a la disciplina del Señor?
1. Necesitamos recibirla. No lo descartes. Reconoce tu pecado ante el Señor. Reconoce que lo que hiciste fue incorrecto ante los ojos del Señor, y que la disciplina fue justa.
2. Necesitamos aprender de ello. Dios no nos disciplina para destruirnos. Él nos disciplina para nuestro bien. Él quiere que reconozcamos y confesemos nuestro pecado, aceptemos Su perdón y sigamos adelante con Él, teniendo cuidado de “ir y no pecar más” (es decir, no darle al diablo un lugar y más tiempo en nuestras vidas en esta área).
La disciplina es algo bueno
La disciplina del Señor es algo bueno que demuestra que Él te ama. Muestra que le perteneces. Un buen padre disciplina a sus propios hijos, no a los hijos del vecino. Hay una razón por la cual muchas personas pueden deleitarse en el pecado sin sentir el desagrado de Dios. Es porque no pertenecen al Señor. Lot, el sobrino de Abraham, “sintió que su alma justa era atormentada día tras día” (2 Pedro 2:8) mientras vivía de la voluntad de Dios en Sodoma. Era un creyente genuino que sentía el aguijón de la desobediencia todos los días.
La próxima vez que la amorosa disciplina del Señor llegue a tu corazón, agradécele por ello. Recibe la disciplina y aprende de ella. Deja que haga una obra profunda en tu corazón para acercarte más al Salvador. La disciplina realmente es algo bueno cuando viene de parte de Dios porque nos ama y desea lo mejor.
“Querido Dios, ayúdame a entender qué me quieres enseñar cuando viene una disciplina de parte tuya. Reconozco que es para mi bien y que me amas. Quiero andar en tus caminos siempre, no quiero llegar al extremo de tener que recibir tu correctivo para darme cuenta de que me estoy desviando. Ayúdame a ser íntegro y cada día hacer tu voluntad”.