Entonces, ¿cómo hacemos para sacarnos el traje de inmaduros permanentes, que no conseguimos entrar en el estándar de Proverbios 4:18? “Mas la senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto”. ¿Cómo conseguimos que nuestra vida deje de tener tantas intermitencias y arrebatos espasmódicos en vez de una vida sustentable que, aunque lento, vaya edificándose día a día?
Necesitamos encontrarnos diariamente con el poder transformador que hay en la lectura devota de su Palabra y entender la línea directriz que Dios trazó a través de ella para cumplir el deseo que está en su corazón (que es el mismo que está en Génesis 1:26-28): Ser parte de una familia (unidad), que crece día a día (cantidad) y que tiene como principal objetivo el ser formado a imagen y semejanza de Cristo (calidad).
Colaboramos con lo anterior cuando no permitimos que pensamientos humanistas, que corren del centro a Dios, sean parte de nuestra lectura, mensajes oídos y meditaciones. Ponen al hombre en el centro de todo: Dios es mi redentor, mi paz, mi proveedor y mi fortaleza. Humanismo puro. Parece completo, pero no es el todo ni lo principal. Si bien Dios es esto y más en nuestra vida, el gran problema es si creemos que es sólo eso. En este sentido, también es importante prestar atención a los énfasis de la enseñanza de Jesús y la enseñanza bíblica en general. No podemos prestar nuestros ojos y oídos a mensajes que hacen un fuerte y casi único énfasis en el tema de dar dinero y otros, ni siquiera en el “puro amor” o “sólo ley” cuando Jesús no avanzó tanto sobre el tema económico e hizo un sano y justo balance entre la santidad, la firmeza del Reino y su inmenso amor.
Es primordial que nos sea revelado que Jesús es el Señor de todo lo creado y de nuestra vida en particular. Que, como dice Colosenses 1:21-23, la transformación de nuestra vida hacia donde el gobierno de Dios se note en cada área de mi persona está íntimamente ligada a tener una fe correcta y la vivencia del evangelio del reino que predicaba Jesús y los apóstoles. Él es el Rey que todavía no tiene todo bajo su gobierno, pero deseo que gobierne enteramente en mi vida hoy.
Necesitamos dejar de comer sólo “comida masticada por otros”, debemos buscar nuestra propia revelación (Efesios 1:16-23), “verlo” nosotros mismos, aunque compartiéndolo en medio del Cuerpo de Cristo para asegurarnos de no caer en pensamientos y/o sentimientos no alineados con la verdad de Dios. Claro que está bien que asistamos y escuchemos prédicas, que leamos libros, comentarios y artículos cristianos, pero que no sea sólo eso.
Dediquemos tiempo de calidad para estudiar y escudriñar las escrituras, deteniéndonos donde notamos que Dios atrae nuestra atención. Es preferible que lea 4 versículos si es que hay algo allí que me confronta o me interpela para que su Espíritu pueda realmente transformar en mí. Mejor que me quede en una pequeña parábola de Jesús si es que su cristalina enseñanza desnuda la pobreza y error de mis formas y mi carácter. Hagamos puente con otros versículos, recurramos al diccionario en las palabras que no entendemos su significado o necesitemos ampliarlo, anotando para no perder el hilo de ideas que vamos descubriendo. Consultemos comentarios de otros y, fundamentalmente, leamos, no para filosofar ni adquirir sólo conocimiento, sino orando para que Dios transforme a través de la obra de su Espíritu nuestra vida. Para poder vivir lo que leemos y comprendemos, entendiendo que el camino es revelación-vivencia-enseñanza a otros (discipulado).
Debemos estar dispuestos a hacer giros en nuestra vida sacando costumbres, tradiciones y pensamientos de hombres que por ahí fueron buenos en algún momento pero que hoy requiere una evaluación correcta y una toma de decisiones en otro sentido. Esto también lo debemos hacer en sujeción y consejo de quienes son nuestros referentes espirituales. No seamos librepensadores, individualistas ni sectarios. Seamos guiados por su Espíritu, lo que es de Dios prevalece. La lectura devota y cuidadosa de la Palabra de Dios va a transformar para siempre a la Iglesia del Señor y a nuestra vida en particular para poder cumplir con lo que está en el corazón de Dios.
Para alcanzar la madurez en Cristo vamos a escudriñar su Palabra, dedicándole tiempo, estudiándola con detenimiento, haciendo puente con otros versículos, consultando comentaristas bíblicos y aún al diccionario para entender el completo significado de algunas palabras. No es para acumular conocimiento ni para filosofar. Es para la transformación de mi vida por medio de su obrar.
Y entiendo claramente que no soy pastor ni maestro ni debo preparar una clase bíblica. Es porque soy discípulo de Cristo (Juan 8:31) y los primeros “perseveraban en la doctrina de los apóstoles” (Hechos 2:42). Y es porque me rehúso a vivir comiendo siempre “comida masticada” por otros. Creo que llegó el tiempo de “ver la liebre” por mis propios medios y junto con el apóstol Pablo poder decir que mucho de lo que recibo es por revelación de Jesucristo (Gálatas 1:11-12). ¡Que así sea!
“Señor, ayúdame a escudriñar tu palabra y a comer el alimento sólido que tienes preparado para mí cada día. Que pueda crecer y madurar para dejar de comer alimento masticado por otros. Y que, a partir de ese conocimiento, también pueda tener arraigada la idea de que necesito estar rodeado de una comunidad que también se alimente de lo mismo”.