Cuando el Nuevo Testamento describe a Jesús en el cielo, generalmente lo hace para decir que está sentado en su trono. No de pie, sentado. El Señor mismo dijo que cuando ascendiera a los cielos y se reencontrara con el Padre, se sentaría a la derecha del trono.
“Jesús le dijo: Tú mismo lo has dicho; sin embargo, os digo que desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del Poder, y viniendo sobre las nubes del cielo” (Mateo 26:64).
El hecho de que Jesús se describa sentado en el trono habla de su realeza y señorío universal. Estar sentado a la derecha del Padre nos habla de una posición de gobierno, dominio y autoridad sobre todo ámbito creado; sin embargo, lo que me llama la atención es que, si bien el Nuevo Testamento describe a Cristo sentado en el trono, Hechos 7:56 lo describe puesto en pie: “Y dijo: He aquí, veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre de pie a la diestra de Dios” (Hechos 7:56).
Estas palabras fueron dichas por Esteban. Pero ¿por qué Esteban dijo que Jesús estaba de pie y no sentado? ¿Por qué de pie si el Señor dijo que al ascender al cielo se sentaría en el trono? Permíteme proponer una razón.
Hechos 7 describe el juicio que el concilio judío montó en contra de Esteban. Juicio que sabemos que terminó en una cruel lapidación. El episodio fue tenso, al extremo que no permitieron que Esteban concluyera su defensa, sino que lo interrumpieron intempestivamente: “Entonces ellos gritaron a gran voz, y tapándose los oídos arremetieron a una contra él” (Hechos 7:57), dice el escritor. Si vas y lees el relato, Hechos dice que crujían sus dientes por lo furiosos que estaban (Hechos 7:54). Por eso, de forma abrupta tomaron a Esteban y lo empujaron violentamente hasta llegar a las afueras de la ciudad. Pero recuerda lo siguiente: todo lo que acontece sobre la tierra el ojo escudriñador de Dios lo observa desde el trono de los cielos. Nada de lo que acontece aquí abajo está oculto de la mirada del Señor.
¡¡¡Plac!!!, sintió Esteban la primera roca impactando su frente. El sonido se oyó fuerte, seco, piedra contra hueso. La piel no acolchó nada. ¡¡¡Plac!!!, ¡¡¡Plac!!!, ¡¡¡Plac!!!, se escuchó mientras más piedras impactaban su cabeza y su cuerpo. Luego ¡¡¡Crash!!!, ¡¡¡Crash!!!, algunos huesos se quebraron ante las salvajes rocas. Pero recuerda: todo lo que acontece sobre la tierra el ojo escudriñador de Dios lo observa desde el trono de los cielos. Nada de lo que acontece aquí abajo está oculto de la mirada del Señor. He ahí por qué, antes del golpe final que terminaría con su vida, Esteban recordó lo que unos minutos antes había visto: “Veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre de pie a la diestra de Dios” (Hechos 7:56).
Jesús se levantó del trono, se puso en pie. ¿Por qué no estaba sentado? ¿Por qué se paró? Porque todo lo que acontece sobre la tierra el ojo escudriñador de Dios lo observa desde el trono de los cielos. Nada de lo que acontece aquí abajo está oculto de la mirada del Señor. Por lo tanto, sugiero que Cristo se levantó de su trono a causa de lo que estaba por acontecer. Dicho evento no ameritaba observarse sentado. Lo que lo motivó a pararse fue que estaba a punto de presenciar al primer cristiano martirizado. Y eso merecía una señal de respeto: estar en pie.
Jesús se levantó del trono y permaneció en pie como homenaje a la firmeza, valor y lealtad de Esteban. Se paró ante un hombre con carácter, ante alguien que no quiso negar su fe a pesar de la amenaza de muerte. Los actos de fe, valor y lealtad de los hijos de Dios despiertan la admiración del Señor. Quienes no se avergüenzan del evangelio y permanecen fieles hasta el final hacen que Jesús se levante del trono y los contemple con solemne asombro.
—¡Es de los míos! —puedo imaginar diciéndole al Padre. —¡Es de los míos! —con ojos humedecidos mientras veía la lapidación de su siervo.
¿Y qué de ti? ¿Qué de mí? ¿Despertamos ese tipo de reacción en el Señor? ¿Nuestra valentía provoca que Él se ponga en pie y diga: “¡Es de los míos!”?
Me gusta pensar que cuando la última roca le hizo perder el sentido a Esteban y todo se oscureció, al nomás abrir los ojos en la eternidad Jesús mismo lo recibió. Sonrisa radiante, abrazo fraternal y una ovación de pie por parte de millones de ángeles mientras Jesús y Esteban se abrazaban. Y de paso, Jesús cumpliendo la promesa que les hizo a sus discípulos: “Todo el que me confiese delante de los hombres, el Hijo del Hombre le confesará también ante los ángeles de Dios” (Lucas 12:8). El dolor corporal terminó, el deleite eternal comenzó.
“Señor, gracias por los ejemplos de mártires que hay en la Biblia y en la historia de la Iglesia. Ayúdame a desarrollar el carácter que necesito para soportar cualquier grado de persecución y si algún día se presentara el desafío de morir por ti, ¡ayúdame a serte leal hasta el final!”
Tomado del libro “Y Jesús se puso en pie: 52 reflexiones de la vida cristiana”