Hay cosas que nos resultan extremadamente agradables y placenteras, así como hay otras que poco y nada tienen de agradable. Todos, sin excepción, pasamos por aquello de tener que despedirnos de algo en la vida.
Adiós a los años en los que viviste bajo el amparo de tus padres.
Adiós a buenos amigos del barrio, colegio o trabajo.
Adiós a un viejo amor, que terminó rompiéndote el corazón.
Adiós a etapas de estudios, laborales o ministeriales.
Adiós a tu país, tu gente, tus costumbres.
Adiós a una situación económica acomodada y perderlo todo.
Adiós a una excelente salud y la aparición de achaques o enfermedad que cambia o trunca tu vida.
Adiós a personas amadas porque han fallecido…
¡Existen tantos “adioses”!
Pareciera injusto, sin embargo, así es la vida, son etapas que, en algún momento, nos gusten o no aparecerán y que deberemos enfrentar, aunque no lo podamos entender en el momento, si podemos creer que tienen un propósito. La clave en todo esto no es el tener que vivirlas, sino lo que haremos con ellas una vez que lleguen.
En 2 Samuel 21:10 se narra una historia de terror: Una mujer llamada Rizpa tuvo que despedirse de un viaje de sus dos hijos, crudamente asesinados. Acto seguido ella, “en señal de luto se vistió con ropas ásperas y se acostó sobre una piedra. Se quedó junto a los muertos de día y de noche, desde el comienzo de la cosecha de cebada hasta que llegaron las lluvias…” (parafraseado).
¡Qué escena tétrica! Una mujer paralizada, en un ambiente pútrido, negándose a decir adiós a esos cuerpos sin vida, en descomposición y peor aún, dejando pasar y desperdiciando la cosecha, de la cual ella dependía para poder sobrevivir.
¿Cómo andamos por casa? Dios conoce y entiende perfectamente las circunstancias dolorosas y pérdidas por las que hemos pasado, pero, no nos deja solos en el proceso. Nos anima a examinar hasta lo más profundo de nuestro corazón y sacar de allí lo muerto, lo que hiede, que nos tiene paralizados y sacarnos el luto. ¡Él puede cambiar nuestro lamento en baile!
¿Experiencias dolorosas? ¿Añoranzas de tiempos pasados? ¿Resentimiento y falta de perdón? ¿Pérdidas? ¿Relaciones pasadas? No temamos decir adiós y deshacernos de esas “ropas viejas”. Los desechos no son para guardarlos en el corazón, ¡sino para tirarlos a la basura! No permitamos que las pérdidas del pasado nos impidan ver y cosechar lo que hoy Dios tiene reservado para nosotros.
“Tu sol no se ocultará más y la luna no disminuirá su brillantez. Porque el Señor será tu luz eterna y tus días de luto se acabarán” (Is. 60:20).
“Señor, dame fortaleza para despojarme de aquellas duras experiencias que marcaron mi vida, aquellas pérdidas que no me dejan avanzar. No quiero dormir al lado de los muertos, sino vivir recostado en la esperanza de tu restauración”.
Buenísima la reflexión de hoy, basada en un pasaje en el que nunca me había detenido.