La vida transcurre inexorable y, a veces, desperdiciamos los mejores momentos. Pasan los días, los meses y los años y seguimos atrapados en una cárcel de desaliento de la que, en muchos casos, es imposible escapar.
¿Cuáles son las ataduras de las que debemos ser libres?
Las personas alrededor. El deseo de ser aceptados por los demás, lo que nos lleva a pensar y hacer lo que ellos quieren. Nos dejamos manipular.
Los hábitos. No renunciamos a ellos y llegan a ser parte de nuestra existencia, aun cuando sabemos que son dañinos.
Vivir prisioneros del ayer. Nos lamentamos por los errores cometidos. Vivimos pensando en lo malo que hicimos en lugar de ocuparnos en lo que podemos cambiar, de ahora en adelante.
Es importante identificar en qué hemos fallado y no incurrir en el mismo equívoco.
Piensa que por años hemos permanecido en una oscura celda, ajenos a la maravillosa vida que Dios tiene para nosotros. Eso no significa que no surgirán problemas al paso, pero sí que no permitiremos que nada ni nadie nos roben la felicidad. Ese nivel solo lo alcanzamos cuando modificamos nuestros patrones de pensamiento, y decidimos —de una vez por todas— vivir una vida plena.
“Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos. El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10: 9, 10 | RV 60).
Por favor, piensa en esa expresión: Vivir la vida en abundancia. Es posible. Parte de un principio: encontrar el propósito de por qué estamos en la tierra, y enfocar nuestros esfuerzos en esa dirección.
La actitud que asumimos es muy importante. Nos permitirá permanecer firmes cuando aparezcan las dificultades. Ten presente que la gente verdaderamente exitosa es la que se divierte mientras cumple su propósito en la vida.
Si no has recibido a Jesucristo en tu corazón como tu único y suficiente Salvador, hoy es el día para que lo hagas. Prendidos de Su mano emprendemos el maravilloso camino hacia el cambio y crecimiento permanentes a nivel personal, espiritual y familiar.
“Amado Dios y Padre, gracias por la misericordia que me ofreces, mediante la cual perdonas mis pecados y me abres las puertas para comenzar de nuevo cada día. Rindo a tus pies las cargas que me angustian y que me impiden avanzar. Entrego esta jornada en tus manos”.