Los judíos y los samaritanos estaban peleados, no se hablaban entre sí. Esto leemos en Juan 4:9. La mujer samaritana se asombró de que Jesús, siendo judío, le hablara para pedirle agua. El por qué de esto viene de lejos; los samaritanos no eran israelitas puros, sino una mezcla que ocurrió a propósito, durante una de las conquistas que sufrió Israel. Si miramos el mapa, Samaria está justo en el medio entre Galilea, donde ministraba y vivían Jesús y sus discípulos, y Judea, donde estaba el templo y todo el sacerdocio. De hecho, los judíos de Judea también despreciaban a los de Galilea, como ignorantes, pueblo inculto y bruto. Natanael preguntó cuando le hablaron de Jesús, ¿puede salir algo bueno de Nazareth? (Juan 1:46).
Cada vez que los galileos iban al templo para las fiestas sagradas, se aseguraban de no cruzar por Samaria, sino que la rodeaban, aunque se hiciera doble el camino. Es que ahí habitaban “los otros”. Los semi paganos, los diferentes. Aunque los samaritanos adoraban al mismo Dios, lo hacían en otro monte, no en Jerusalén, junto con algunas mezclas paganas.
Pero Jesús sí los veía como sus prójimos, los cuales, igual que los judíos, necesitaban la salvación, y en vez de rodear Samaria, la cruzaba buscando el encuentro. Fue entre ellos donde fue reconocido por primera vez como el Salvador del mundo y le reveló a la mujer del pozo de agua, el único lugar de adoración al Padre, nuestro espíritu.
Cuando alguien le preguntó una vez quién era el prójimo, muy a propósito contó una historia donde el que amó a su vecino en desgracia, fue un samaritano, mientras que los más religiosos judíos aparecían como indiferentes.
¿Por qué Jesús era un transgresor? Nunca transgredió la ley, fue un hombre sin pecado, pero sí transgredió las tradiciones y paradigmas de su época.
Hace un tiempo escuché el testimonio de un pastor bautista. Este hombre pastoreaba la única Iglesia Bautista de Palestina, en la Franja de Gaza. En el lugar conviven alrededor de 1000 cristianos con 2 millones de árabes musulmanes. Se le preguntó cómo era vivir en este lugar tan especial del mundo siendo cristiano. Él contó que se encuentran bajo tres fuegos. La persecución de los musulmanes por ser cristianos, la de Israel por ser palestinos y la oposición de la iglesia oficial ortodoxa por ser evangélicos. Aunque este hermano, que conoce la Biblia reconoce que Dios le dio a Abraham la tierra, también expresaba su dolor por toda la pérdida de las familias palestinas que desde tantas generaciones atrás vivían en el lugar y habían perdido propiedades y muchos bienes, de los cuales tenían sus documentos de propiedad, pero no les servía de nada. Este hombre contaba una realidad, la suya. Un día comenzaron las amenazas de los árabes fundamentalistas sobre los miembros de la comunidad, hasta que uno de los hermanos muy querido, fue secuestrado, y por no negar a Cristo, fue asesinado. Fue entonces donde este pastor, con su familia y otras seis familias más, tuvieron que huir abandonando todo, porque también fueron amenazados de muerte.
A pesar de estas amenazas, este hombre viaja tres veces en el año para pastorear a muchos cristianos perseguidos, especialmente sirios, que, como él, tuvieron que huir y no negaron su fe. Pero lo que más me conmovió es un relato que hizo. Contó que se juntaron en una reunión judíos cristianos y palestinos cristianos para orar al Señor Jesús, por lo que estaban viviendo, y estos hermanos judíos oraron: “Señor, dame amor para estar dispuesto a dar la vida por mi hermano palestino”. De la misma manera el pastor bautista y los demás oraron: “Señor, dame tanto amor que esté dispuesto a morir por mis hermanos judíos”. Y él concluyó diciendo que lo que la política no puede lograr, es una realidad en Jesús, porque como dice Pablo: “No hay ni judío ni griego, (ni palestino), ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, sino que todos somos uno en Cristo Jesús”.
Impactante. Somos nueva creación y pertenecemos a un Reino que nos une sin diferencias terrenales tan bajas como la política, los intereses mezquinos, las ideologías humanas, la genética, el color, el origen, la cultura. Somos Hijos de nuestro Padre Celestial, lavados y perdonados por la misma sangre.
Todo esto me llevó a meditar sobre una realidad que está ocurriendo en nuestra nación y también se percibe en todo el mundo, peor aún, hasta penetró en la iglesia… ¿o sería que ya estaba en el corazón y salió a luz? Sabemos que tenemos que amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos y aun a nuestros enemigos, pero cuando se trata de política, parece que hay una excepción a la regla. Esos son “los otros”, el otro diferente, que piensa radicalmente en oposición a mí. Es como si se me diera el derecho de denigrar, burlarme, enojarme y llegar casi al insulto, que, aunque no se escuche qué sale de la boca, se siente en los gestos, la voz y la mirada. Es como un derecho adquirido basado en el “delito” que el otro comete al apoyar políticamente al que considero un enemigo de mis convicciones.
He conocido hermanas amigas de mucho tiempo que hoy están separadas y se han bloqueado en las redes sociales. He estado en reuniones de oración donde hermanos se hacen eco de lo que se escucha y se habla en el mundo y lo dicen como una verdad, sin pensar que pueden estar lastimando y faltando el respeto a la opinión de “el otro”. No estoy diciendo que no se debe hablar u opinar, sino que esto no se debe hacer con un espíritu irrespetuoso y soberbio.
Me gusta charlar con la gente y escuchar opiniones, pero estuve en situaciones donde apenas expreso algo de lo que pienso, el que tiene otra posición se transforma, alza la voz y dice palabras que no se pensaría en decirlas a un hermano. Pero parece que el que piensa diferente no es el prójimo, sino, “el otro”. Como los judíos consideraban a los samaritanos “los otros”.
Esto no es nada nuevo, después de la reforma protestante, y Biblia en mano, los hermanos terminaron peleando, persiguiéndose y creando denominaciones, porque cada cual se sentía dueño de la verdad revelada y despreciaba el entendimiento de “el otro”. Gracias a Dios, las diferencias entre iglesias se han diluido, pero surge esta separación nueva. No le demos lugar.
Hay congregaciones que enseñan a no hablar ni pensar en política alegando lo que Pablo dice, que debemos orar por los que están en autoridad, y no más. Pero en la época de Pablo, gobernaba un imperio dictatorial, solo podían orar. Hoy tenemos la posibilidad de elegir a quienes nos gobiernen y esto es una gran responsabilidad. Es correcto tener un pensamiento político y defenderlo, o por lo menos interesarnos en conocer la historia y los pensamientos de los que se proponen. Defenderlo digo, pero no a costa de la relación con mi prójimo. Es rico poder conversar y escuchar las razones y puntos de vista de los diferentes pensamientos.
Queridos hermanos, me apena mucho saber de familias divididas, enojadas entre sí, hermanos y amigos sin comunión, es doloroso y creo que tenemos que arrepentirnos de la bronca, el enojo, y de toda palabra despectiva que guardamos en nuestro corazón hacia “el otro” que es nuestro prójimo. Y no sólo en política sino en todas las áreas.
¡Que la iglesia brille en medio de tanta oscuridad y odio! Somos hijos del Reino de los Cielos y, como dice Pablo en 2 Corintios 5:19, “Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación”.