Hace unos diez años tuve una discusión con mi papá, lo que generó una pausa en la relación. Una sensación incómoda para ambos, porque siempre estábamos juntos afectivamente. Pero ese episodio me mostró un nuevo código de comunicación en la relación. Algo que me sorprendió y suelo mencionar cada vez que tengo oportunidad. Me acerqué a su casa como si nada hubiera pasado. Como si fuera una estrategia, intenté desentenderse de quién tenía la razón en la pasada discusión, y pasar a otra página. Hacer algo inteligente en la relación. Y allí vi un movimiento de mi papá que no solía ver, pero en ese gesto, había algo especial. Lo encontré camino a su casa. Mientras caminábamos juntos a su domicilio. Luego de iniciar una conversación de fútbol y chistes sobre los resultados del fin de semana. Intentando acercarme a él socialmente, me convidó una sonrisa maravillosa y extendió su mano sobre mi cabeza y mi hombro, agradecido por haberlo ido a visitar. Ese mensaje fue codificado. No comprendí todo lo que dijo en ese instante. Sí sentí mucho amor, muchas ganas de expresarme más. Y toda su alegría en los siguientes minutos que compartimos juntos.
Según estudios comprobados, profesionales afirman que las personas que tienen más acceso al tacto afectivo, sea un apretón de manos, una caricia o un abrazo, tienen más probabilidades de tener una vida longeva y feliz. Por lo contrario, aquellos que no tienen la costumbre de tocar a sus seres más cercanos, no tienen ese beneficio de vivir saludablemente o más tiempo.
Cuando Jesús cambiaba por esta tierra, en el viejo oriente. Supo lidiar con muchas adversidades, pudo mirar y conocer enfermedades de su tiempo que provocaba mucho dolor en los damnificados. Algunas socialmente más juzgadas que otras, otras más progresivas y enfermedades mortales. Había patologías que además de ser muy dañinas para quienes la tenían, había un efecto secundario, que era la expulsión social, la discriminación en la comunidad. Por relacionarla con pecado, con muerte. Estamos hablando de la lepra. Alguien que tenía lepra era alguien que estaba excluido de su familia y de las aldeas. Como si fuera un animal, era confinado a ser tratado como un ser despreciable por la sociedad. Por temor al contagio y por el aspecto de la exterioridad de los síntomas de la lepra.
La Palabra de Dios en Mateo nos habla de un hombre que se acerca a Jesús, y que éste se encontraba padeciendo esta enfermedad. Lejos de ocurrir lo que comúnmente le pasaba a este hombre, Jesús rompe el protocolo sanitario y eclesiástico del momento.
Una pregunta y una respuesta inesperada. Un problema y una solución que sanaba el corazón de una persona. El hombre se encuentra con la persona que estaba buscando. Y en su pregunta que enuncia, suelta su única oportunidad para vivir. Luego de eso lo esperaba la muerte.
-Si quieres, Señor, puedes limpiarme.
El “Señor”, dice mucho en esa frase. -¡Quiero, sé limpio!
Alguien dijo, “La infección desaparece por la palabra de Jesús, pero la soledad fue tratada por el toque de Jesús”.
Para dejarnos más que una enseñanza de sanidad divina, el toque del Señor nos muestra que el amor de Dios está en el interés por las personas.
Pensemos, ¿a través de qué gesto puedo tocar emocionalmente, espiritualmente, y así ayudar a alguien? ¿Suelo acercarme a las personas que están en mi entorno y conocer su condición si necesitan ayuda?
Nuestra cercanía, nuestra preocupación por el otro, genera un tacto de afecto, de interés que puede sanar una necesidad.
Te dejo un desafío:
Envía ese mensaje que hace tiempo ibas a enviar a ese amigo.
Abraza a tus seres queridos, a tus amigos (aquellos que acepten que lo hagas).
Intenta conocer más de las personas que sólo te relacionas laboralmente, esporádicamente.
“Querido Dios, permíteme acercarme. Genera la oportunidad para predicar de la manera más natural y humana que es mostrando tu amor, que está en mí y que deseo compartirlo con los demás. Gracias por hablarme, en el nombre de Jesús”.