Cuenta la historia que, a la medianoche, en una carpintería se realizó una extraña asamblea. Las herramientas se habían reunido para arreglar las diferencias que no las dejaban trabajar.
El Martillo pretendió ejercer la presidencia de la reunión, pero enseguida la asamblea le notificó que tenía que renunciar: -No puedes presidir, Martillo –le dijo el portavoz de la asamblea- Haces demasiado ruido y te pasas todo el tiempo golpeando.
El Martillo aceptó su culpa, pero propuso: -Si yo no presido, pido que también sea expulsado el Tornillo, puesto que siempre hay que darle muchas vueltas para que sirva para algo.
El Tornillo dijo que aceptaba su expulsión, pero puso una condición: -Si yo me voy, expulsen también a la Lija, puesto que es muy áspera en su trato y siempre tiene fricciones con los demás.
La Lija dijo que no se iría a no ser que fuera expulsado el Metro. Afirmó: -El Metro se pasa todo el tiempo midiendo a los demás según su propia medida como si fuera el único perfecto.
Estando la reunión en tan delicado momento, apareció inesperadamente el Carpintero, que se puso su delantal e inició su trabajo. Utilizó el martillo, la lija, el metro y el tornillo. Trabajó la madera hasta acabar un mueble. Al terminar su trabajo, se fue.
Cuando la carpintería volvió a quedar a solas, la asamblea reanudó la deliberación. Fue entonces cuando el Serrucho, que aún no había tomado la palabra, habló: -Señores, ha quedado demostrado que tenemos defectos, pero el carpintero trabaja con nuestras cualidades; son ellas las que nos hacen valiosos. Así que propongo que no nos centremos tanto en nuestros puntos débiles y que nos concentremos en la utilidad de nuestros puntos fuertes.
La asamblea valoró entonces que el Martillo era fuerte; el Tornillo unía y daba fuerza; la Lija era especial para afinar y limar asperezas; y observaron que el Metro era preciso y exacto. Se sintieron un equipo capaz de producir muebles de calidad. Se sintieron orgullosos de sus fortalezas y de trabajar juntos.
Un “carpintero”, quien era el hijo de Dios, nos escogió para que seamos su pueblo. Vio en nosotros, los que otros no vieron. Se enfocó más en nuestras virtudes que en nuestros defectos. Y en esa hermosa oración de Juan 17, pide al Padre que seamos uno. Que estemos unidos, “para que el mundo crea”.
Cuando estamos en unidad somos más efectivos para realizar la obra de Dios. En unidad nos complementamos. Y en unidad y amor, él mundo creerá.
“Padre, gracias por Jesús. Por mostrarnos su amor y el valor de la unidad. Ayúdanos Señor a estar unidos como Jesús y vos lo están”.