En lo personal hace muchos años atrás no me gustaban los días de lluvia. A ver… si llueve muchos días enteros, me incomodan; pero de vez en cuando no está mal. Hace unos días, por cuestiones médicas, me tocó salir bien temprano y con una señora tormenta; esas que sólo generan muchas ganas de quedarse en casa y dormir. Bien, no era el día, tampoco el momento.
Mientras viajaba, llovía cada vez más y al momento de bajar del bus se largó aún más fuerte. Tomé mi paraguas, pero al cruzar la Avenida Corrientes, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, miré el cielo y sólo tuve palabras de gratitud para con el Señor. Por lo que guardé mi paraguas rosa y solo opté por mojarme… (por supuesto, luego tuve frío y demás); pero entendí en esa escena que Dios también está en cada gota que cae del cielo. Quizá emocionalmente no era el mejor día al levantarme; pero con tan sólo pensar en que Jesús estaba en ello; solo atiné a sonreír.
Cuando leemos la palabra nos encontramos con los Salmos. ¡Cuántos mensajes podemos leer en ese libro! Pero en este día de verano aún y con la ciudad llena de mosquitos, te invito a que leamos el Salmo 147:8, que dice: “Él cubre de nubes el cielo, envía la lluvia sobre la tierra y hace crecer la hierba en los montes”. Él se ocupa de todos los detalles, envía la lluvia de bendición; podemos ver cómo crece todo lo que será de bendición para nuestras vidas. Nos describe en todo el capítulo la bondad y la grandeza de Dios.
Somos sumamente privilegiados de pertenecerle, de ser mojados por la lluvia en sequía y no me refiero sólo a la sequía que conocemos o viene a nuestra mente; sino a la sequía cuando parece que todo se derrumba. ¡Ánimo! Porque Él se está ocupando de ti en este momento.
“Señor, no me canso de decirte que te pertenecemos. Y que anhelamos que tu lluvia nos moje siempre; que podamos contemplar tu grandeza en aquello que parece que nos molesta o entorpece los planes. Siempre tendrás el mejor plan para nuestras vidas. Y gracias por ello”.