Dentro del debate de lo que significa ser lleno del Espíritu Santo, en ciertos círculos evangélicos se suele creer que serlo solo tiene que ver con hablar en lenguas, profetizar o manifestar algún don sobrenatural; sin embargo, independientemente de la conceptualización que hayas adoptado acerca de la llenura del Espíritu, si dentro de esta no has incluido el ser transformado en el carácter de Cristo, no solo tu concepción es incompleta, sino equivocada. Ser lleno del Espíritu, más que sensaciones y sentir cómo se te eriza la piel, tiene que ver con ser transformado a la imagen de Jesús.
Luego de que el apóstol Pablo disertara ampliamente ante los corintios acerca de los dones del Espíritu Santo, finalizó diciendo: “Ahora les voy a mostrar un camino más excelente” (1 Corintios 12:31, NVI). Que fue como decirles: “Es cierto, experimentar el don de lenguas, de profecía, de sanidad, etc., es emocionantísimo; pero hay algo aún más grandioso que les debo de hablar”. Fue entonces que inició su exposición del amor que aparece desplegada a lo largo de 1 de Corintios 13.
El “camino más excelente” al que Pablo se refirió era un carácter transformado por el Espíritu. Por eso dijo: “El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor. El amor no se deleita en la maldad, sino que se regocija con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1 Corintios 13:4-7).
En 1 de Corintios 13, el amor al que Pablo se refiere no es una emoción o sensación de enamoramiento, sino actitudes y acciones que evidencian que realmente eres paciente, bondadoso, sin envidia, sin egoísmo, etc. Se refiere a manifestar el carácter afectuoso de Jesús en las distintas esferas de la vida. “¡Los dones del Espíritu son fabulosos, señores!”, dijo en 1 Corintios 12:31, “Pero reflejar el carácter de Jesús es muchísimo mejor”. Y, entonces, procedió a escribir el gran capítulo del amor que todos conocemos.
Un personaje que modeló este tipo de vida llena del Espíritu Santo fue Esteban, el primer mártir de la historia de la Iglesia. Hechos capítulo 6 dice que cuando los discípulos decidieron enfocar sus energías en la Palabra y la oración, delegaron en siete hombres algunas responsabilidades:
“Por tanto, hermanos, escoged de entre vosotros siete hombres de buena reputación, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, a quienes podamos encargar esta tarea. Y nosotros nos entregaremos a la oración y al ministerio de la palabra. Lo propuesto tuvo la aprobación de toda la congregación, y escogieron a Esteban, un hombre lleno de fe y del Espíritu Santo, y a Felipe, a Prócoro, a Nicanor, a Timón, a Parmenas y a Nicolás, un prosélito de Antioquía” (Hechos 6:3-5).
Las características que los apóstoles establecieron que los diáconos debían reunir fueron:
1) Buena reputación.
2) Llenos del Espíritu.
3) Llenos de sabiduría.
Si reflexionaras en ellas comprenderías que nadie puede tener una “buena reputación” sino tiene un buen carácter. La buena reputación tiene que ver con tu buen nombre y testimonio. Es decir, nada de esto se logra si siempre te la pasas enojado, insultando o siendo pésimo en tu trato con los demás. Un buen carácter es indispensable para tener una buena reputación. Por lo tanto, Hechos capítulo 6 nos muestra a Esteban no solo caracterizándose por ser lleno del Espíritu, sino también reflejando un carácter transformado.
Después de haber sido seleccionado para dicha labor, Hechos nos muestra a Esteban fluyendo en los dones del Espíritu:
“Y Esteban, lleno de gracia y de poder, hacía grandes prodigios y señales entre el pueblo. Pero se levantaron algunos de la sinagoga llamada de los Libertos, incluyendo tanto cireneos como alejandrinos, y algunos de Cilicia y de Asia, y discutían con Esteban. Pero no podían resistir a la sabiduría y al Espíritu con que hablaba” (Hechos 6:8-10).
¡Qué combinación! ¿No? Lleno de gracia (carácter) y de poder (dones). He ahí por qué cuando ministraba ocurrían milagros sobrenaturales y a la vez, al debatir con sus oponentes, reflejaba un carácter ponderado e invencible. Lamentablemente, esto provocó que sus adversarios se confabularan para capturarlo:
“Entonces, en secreto persuadieron a algunos hombres para que dijeran: Le hemos oído hablar palabras blasfemas contra Moisés y contra Dios. Y alborotaron al pueblo, a los ancianos y a los escribas, y cayendo sobre él, lo arrebataron y lo trajeron en presencia del concilio. Y presentaron testigos falsos que dijeron: Este hombre continuamente habla en contra de este lugar santo y de la ley; porque le hemos oído decir que este nazareno, Jesús, destruirá este lugar, y cambiará las tradiciones que Moisés nos legó. Y al fijar la mirada en él, todos los que estaban sentados en el concilio vieron su rostro como el rostro de un ángel” (Hechos 6:11-15).
¿Cómo reaccionarías si alguien mintiera para manchar tu nombre? ¿Cómo actuarías si intentaran ensuciar tu buena reputación y testimonio? Cualquiera de nosotros se enfadaría, alzaría la voz para callarlos y algunos hasta se irían a los golpes con tal de taparles la boca, ¿no es cierto? El buen nombre es algo difícil de conseguir. Por eso lo protegemos a capa y espada, porque cuando alguien lo mancha es dificilísimo limpiarlo. El proverbista escribió: “Más vale el buen nombre que las muchas riquezas” (Proverbios 22.1). Imagínate, Salomón, el hombre más rico de su época, creía que poseer un buen testimonio era una riqueza mayor que la que él mismo llegó a acumular. Por eso nos esforzamos por resguardar nuestra reputación, porque sabemos lo valiosa que es. Insisto, ¿qué hubiéramos hecho en los zapatos —sandalias, más bien— de Esteban? ¿Nos hubiéramos quedado callados ante semejante injusticia?
“Pero Esteban era distinto. No reaccionó como la mayoría hubiésemos hecho. Él había sido esculpido interiormente por el Espíritu Santo, al grado que su carácter y reacciones se parecían a las de Jesús. Por eso, mientras sus furiosos adversarios despotricaban en su contra, de repente, un destello, un resplandor en el centro de la sala. Cuando el concilio volteó a ver al acusado, un brillo, una sonrisa. Al fijar sus ojos en él “vieron su rostro como el rostro de un ángel” (Hechos 6:15).
¿Puedes imaginar la escena? ¿Puedes ver su semblante radiante iluminando la sala? Nada de ceño fruncido, rostro amargado ni enrojecido por la rabia. Puro amor, gozo, paz, paciencia, etc., emanando de sus músculos faciales.
A lo largo de su ministerio Esteban manifestó los dones extraordinarios del Espíritu, pero también que había transitado “el camino más excelente” que Pablo describió en 1 de Corintios 13.
“Señor, gracias por permitirme familiarizarme con el ejemplo de Esteban. Gracias por enseñarme que Tú eres capaz de transformar vidas. Ahora te pido que ese a quien cambies esa yo. Que puedas llenarme de tu presencia y tu carácter de tal forma que te pueda reflejar en mi rostro y en mis acciones”.
Tomado del libro “Y Jesús se puso en pie: 52 reflexiones de la vida cristiana”, de Noel Navas.