Los primeros cristianos necesitaban asimilar las lecciones de Jesús. Por eso vivían escuchando a los apóstoles y aprendiendo de sus enseñanzas. Así como ellos hace dos mil años, hoy nosotros necesitamos conocer más de Dios y su Palabra. Para que eso suceda necesitamos planificar una forma de crecimiento, de aprender más de Dios y de la vida. ¿Cómo hacerlo? Aquí van algunas sugerencias:
– Lee, aunque sea un capítulo de la Biblia por día.
-Ten a manos algún libro cristiano que complete tu aprendizaje (Atención: esa lectura nunca debe reemplazar la lectura de la Biblia).
-Inscríbete en algún curso de formación personal / bíblica (Un discipulado, un instituto que enseñe la Biblia, etc.).
-Lee también libros que no sean cristianos, que hablen sobre la vida y que te mantengan con los pies sobre la tierra.
Nunca olvides, perseverar no es empezar algo de golpe y luego dejarlo. No sirve mucho que un mes leamos mucho y al otro mes no leamos nada. Perseverar es hacer las cosas sin prisa, pero sin pausa.
Aún en los momentos más álgidos del año (entregas, reuniones, exámenes) necesitamos leer y aprender para oxigenar nuestra vida.
A los 9 años aprendí que mi profesora sólo me preguntaba cuando yo no sabía la respuesta.
A los 15, aprendí que no debía descargar mis frustraciones en mi hermano menor, porque mi padre tenía frustraciones mayores y la mano más pesada.
A los 20, aprendí que los grandes problemas siempre empiezan pequeños y que se puede hacer, en un instante, algo que te puede doler la vida entera.
A los 30 aprendí que el título obtenido no era la meta soñada.
A los 40, aprendí que, si estás llevando una vida sin fracasos, no estás corriendo los suficientes riesgos.
A los 50, aprendí que es razonable disfrutar del éxito, pero que no se debe confiar demasiado en él. Y que no puedo cambiar lo que pasó, pero puedo dejarlo atrás.
A los 65, aprendí que la mayoría de las cosas por las cuales me he preocupado nunca suceden.
A los 70, aprendí que, si esperas a jubilarte para disfrutar de la vida, esperaste demasiado tiempo.
A los 80 aprendí que amé menos de lo que hubiera debido.
A los 90, aprendí que todavía tengo mucho para aprender. Siempre, siempre podemos estar aprendiendo algo nuevo, algo lindo, algo digno. El día que dejas de aprender, dejas de crecer…
Gigoló Kano es el fundador del judo y les dijo un día a sus alumnos: “Cuando me muera, quiero que me entierren con un cinturón blanco, no con un cinturón negro” (quería que le pusieran el cinturón del aprendiz).
“Señor, no quiero dejar nunca de aprender aquellas cosas que tienes para mí. Hazme un aprendiz vitalicio de tu Palabra y que cada día pueda experimentar esa hermosa sensación de que la jornada no ha sido en vano, sino que pude asimilar una nueva enseñanza que me hará crecer en la vida que me regalaste”.