Si bien es muy difícil calcular a ciencia cierta la cantidad de personas que han vivido en la tierra a lo largo de la historia, algunas fuentes coinciden en que una cifra aproximada podría ser esta.
Sin embargo, a lo largo de toda la historia, han surgido héroes, próceres, caudillos, científicos, libertadores, inventores, descubridores, líderes religiosos, líderes políticos y sociales. Personajes de diferentes características, clases sociales y creencias y nacionalidad.
Muchos, son reconocidos en su ciudad, o su país. Algunos incluso han logrado trascender las fronteras de su nación. Otros han hecho un aporte tan valioso que su nombre es recordado y colocado en edificios públicos, bibliotecas, calles y avenidas.
En algunos otros casos se conmemora su nacimiento o muerte, y hasta es posible que en algún país la conmemoración de algunas de estas personas sea considerado feriado.
Pero lo cierto es que en los miles de años y ciento de miles de millones de personas sólo uno logró dividir la historia en dos. Ese niño que nace en la más absoluta pobreza pero que es perseguido porque su sola existencia generó el terror de un poderoso rey.
Un joven del cual poco se sabe, excepto que nunca realizó demasiados viajes largos. Un niño cuyo nacimiento no fue planeado por su madre, sólo por “su Padre”.
Un adulto que terminó siendo el maestro que más alumnos ha tenido, y sigue teniendo, en la historia de la humanidad.
En esas más de cien mil millones de personas que existieron en la humanidad, este niño judío llamado Yeshua, Jesús, Emanuel, hizo y marcó la diferencia simplemente porque nadie más pudo combinar en sí mismo las naturaleza humana y divina. Por eso su nombre significa “Dios con nosotros”, porque ese niño, cuyo nacimiento estamos celebrando en estos días, nos recuerda que el Dios todopoderoso decidió encarnarse y habitar entre nosotros.
Por eso es que, aunque la fecha exacta aún no está completamente corroborada, lo que celebramos no es la fecha sino el acto.
Como lo supo describir Juan. “En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios”. Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad.
Por eso es que este 24 a la noche, independientemente de la cena familiar, la ilusión de los más chicos de abrir algún regalo, y la decoración acorde a la fecha, lo verdaderamente importante es recordar y celebrar ese nacimiento de ese niño judío, y que fue absolutamente único entre más de ciento ocho mil millones do otros nacimientos.
“Señor Jesús, que en esta fecha tan particular, tú seas el centro de atracción, el depositario de toda nuestra adoración. Que los regalos y aun los buenos deseos, no se apoderen de esta noche, sino la gratitud por el acto de amor más grandioso que hubo sobre la tierra”.