Alguien dijo alguna vez que la relación de algunos cristianos con el Señor se parece mucho a la Coca Cola: primero es normal, luego light y termina siendo Zero.
¿Cómo logramos que esa relación que en un comienzo fue tan intensa no disminuya con el correr del tiempo? Quizás deberíamos pensar en ciertas disciplinas de la vida cristiana que nos ayudarían en este sentido. Hoy me quiero detener en una: la lectura y meditación de la Palabra de Dios. ¿Por qué no hacernos algunas preguntas en torno a este hábito altamente saludable para nuestra vida espiritual?
1. ¿Para qué acercarnos a la Palabra?
A. Para conocer a Dios
Las encuestas de religiosidad en la Argentina indican que un muy alto porcentaje de la población se considera a sí mismo cristiano. La pregunta que yo me haría es: ¿conocen todos ellos realmente a Dios, o tienen de Él simplemente algunos datos?
En los grupos de estudio bíblico que lidero, me gusta hacer el siguiente ejercicio: pregunto cuantos conocen a Esteban Amigó. La mayoría, por una cuestión obvia levanta la mano. Automáticamente pregunto uno a uno: ¿en qué calle vive Esteban Amigó? ¡Y no contesta nadie! ¿En qué piso vive él? ¡Tampoco contestan! ¿En que departamento? ¡Aún menos! Tienen datos acerca de mi persona, lo cual no significa que me conozcan. Ni siquiera pueden responder cierta información que aparece en cualquier base de datos con solo hacer un click. Pero si en ese grupo participase mi esposa, estoy seguro que contestaría con precisión: ¡porque ella me conoce!
Tengo la percepción que esto mismo ocurre con muchos que se consideran a sí mismos cristianos: ¡apenas tienen algunos datos acerca de Dios, pero no le conocen!
Jeremías lo expresa de esta manera: “No se alabe el sabio en su sabiduría, ni el rico en su riqueza, ni el valiente en su valentía; más alábese en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme y conocerme que yo soy Jehová” (Jeremías 9:23-24).
B. Para conocerme a mí mismo.
Es muy interesante la imagen que Santiago nos provee al comparar la Palabra de Dios con un espejo. Cuando me miro en un espejo, me veo a mí mismo tal cual soy. Me guste o no, éste me muestra con todas mis fortalezas y mis debilidades. Suelo decir que sería poco probable que me muestre alto y delgado, ya que no tengo estas características físicas. Lo mismo sucede cuando me enfrento a la Palabra: me muestra a mí mismo tal cual soy: me anima en mis fortalezas, y me desafía en mis debilidades.
Una de las descripciones que la Palabra hace de ella misma la encontramos en Hebreos 4:12: “Pues la Palabra de Dios es viva y poderosa. Es más cortante que cualquier espada de dos filos; penetra entre el alma y el espíritu, entre la articulación y la médula del hueso. Deja al descubierto nuestros pensamientos y deseos más íntimos”.
Lo parafrasearía de esta manera: La Palabra de Dios está viva y tiene poder para penetrar en lo más íntimo del ser humano, a punto tal de dejar al descubierto sus pensamientos y deseos.
“Señor, quiero conocerte más. Quiero que tu palabra me lleve a esos rincones insondables para poder percibir tu magnificencia. Quiero sumergirme en tu palabra diariamente y dejar que ella entre por cada rincón de mi existencia”.