Hoy observaremos su segunda oración:
2. Salmos 19:13: “Preserva también a tu siervo de las soberbias; que no se enseñoreen de mí; entonces seré íntegro y estaré libre de gran rebelión”.
Su segunda oración fue: “Líbrame de las soberbias que quieren enseñorearse de mí”. Dicho de otra manera, le rogó al Señor: “Líbrame de que la soberbia sea señor sobre mi vida”.
Un labrador fue a visitar sus campos y llevó consigo a su hija pequeña. “Mira, papá”, dijo la niña sin experiencia, “cómo algunas de las cañas de trigo tienen la cabeza erguida y altiva; sin duda serán las mejores y más distinguidas; esas otras de su alrededor, que bajan casi hasta la tierra, serán seguramente las peores”.
El padre tomó en sus manos algunas espigas y dijo: “¡Mira bien! ¿Ves estas espigas que con tanta altivez levantan la cabeza? Pues están enteramente vacías. Al contrario, éstas otras que se doblan con tanta modestia, están llenas de hermosos granos”.
El sabio Salomón se pronuncia una y otra vez acerca de las consecuencias que trae aparejado el orgullo: “El orgullo termina en humillación, mientras que la humildad trae honra” (Proverbios 29:23). “El orgullo va delante de la destrucción y la arrogancia antes de la caída” (Proverbios 16:18).
Si alguien batalló con el orgullo, ese fue el Apóstol Pablo. Reconoce que le fue dado un aguijón en la carne, para “no creérsela demasiado”. Pidió que le fuese quitado. Recibió como respuesta por parte del Señor un: “Bástate mi gracia”. “Mi gracia es todo lo que necesitas”. “Mi poder actúa mejor en la debilidad”. Termina el apóstol Pablo con una paradoja: “Cuando soy débil, entonces soy fuerte”.
Parafraseando, diría: “Porque cuando dejo de lado el orgullo y la soberbia, Dios tiene el espacio necesario para manifestarse a través mío”.
El Apóstol se vuelve a confesar ante los Corintios diciéndoles: “Por gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia no ha sido en vano para conmigo. En verdad he trabajado más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo”.
Por eso cuando veas a alguien muy poco capaz realizando una pequeña tarea para Dios, recuerda que es la gracia de Dios actuando en y a través de esa persona. Y cuando veas a alguien muy capaz realizando una gran tarea para Dios, también recuerda que es la gracia de Dios actuando en y a través de esa persona.
Te desafío a que hagamos frecuentemente este saludable ejercicio espiritual, y poder decir:
“Señor, que la soberbia no se enseñoree de mí”.