Hoy observaremos la tercera oración:
3. Salmos 19:14: “Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de tí”. Su tercera oración fue: “Líbrame de que los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón no te agraden”.
Cuánta verdad encierran algunos dichos populares: “Dios nos dio una boca y dos oídos”, debemos escuchar el doble de lo que hablamos. “Es mejor que te calles y todos piensen que eres tonto, a que hables y todos lo confirmen”.
El sabio Salomón nos aconseja en este sentido: “El que ahorra sus palabras tiene sabiduría” (Proverbios 17:27). Solemos pensar que la sabiduría se manifiesta a través de las palabras. Salomón nos invita a pensar que muchas veces la sabiduría debería manifestarse a través del silencio.
Sigue diciendo: “Hay hombres cuyas palabras son como golpes de espada; mas la lengua de los sabios es medicina” (Proverbios 12:18).
Concluye diciendo: “La muerte y la vida están en poder de la lengua; el que la ama, comerá de sus frutos” (Proverbios 18:21).
El escritor Albert Camus recibió el Premio Nobel de Literatura en 1957; al recibirlo, agradeció a las dos personas que más habían influenciado su vida: Louis y su madre. Louis había sido su maestro de primer grado, aquel que le había enseñado a leer y a escribir. Su madre, explicó, siempre creyó en él y se lo repetía una y otra vez. Lo rodeó de libros y creó el ambiente propicio para que se pusiese a escribir y se convirtiese en ese genial escritor que terminó siendo. Terminó su discurso confesando que su madre había sido analfabeta durante toda su vida.
Santiago nos advierte: “Ningún hombre puede domar su lengua, que es un mal que no puede ser refrenado. Con ella bendecimos al Dios y Padre, y con ella maldecimos a los hombres que están hechos a la semejanza de Dios. De una misma boca proceden bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así” (Santiago 3:8-10).
¡Que increíble! Con la misma boca con que adoramos a Dios, maldecimos a los seres creados por ese Dios al que adoramos. Pablo nos advierte acerca de estas contradicciones que se producen en nuestro interior, cuando dice: “No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago” (Romanos 7:19).
Reflexionemos frecuentemente en esta lucha que se libra en nuestro interior.
“Señor, que las palabras de mi boca y la meditación de mi corazón te agraden”.