Cuando leemos en la Biblia sobre la vida de José, invariablemente sentimos una gran admiración por este siervo del Señor y su firmeza de carácter. Todavía joven, fue traicionado por sus hermanos, vendido a mercaderes y hecho esclavo en una tierra desconocida. Luego fue hecho prisionero injustamente, víctima de una injuria. Pero Dios cambió su historia y lo tornó poderoso. De todas maneras, José sufrió mucho luego de ser violentamente separado de su padre, que lo amaba tanto y con quien convivía.
Mucho tiempo después, cuando ya era el segundo en poder, en Egipto, teniendo solamente al Faraón sobre él en jerarquía, ahí estaba José ante sus hermanos, que no lo reconocieron y que pedían que los ayudase vendiéndoles alimento, en un período de hambre sobre la tierra. Olvidando la injusticia que estos hermanos cometieron contra él en el pasado y casi sin poder controlar su emoción, José los abrazó, les reveló quién era y los consoló diciéndoles: “Yo soy José, el hermano que ustedes vendieron a los egipcios. Pero no se preocupen, ni se reprochen nada. En los dos años anteriores no ha habido comida en toda esta región, y todavía faltan cinco años en que nadie va a sembrar ni a cosechar nada. Pero Dios me envió aquí antes que a ustedes, para que les salve la vida a ustedes y a sus hijos de una manera maravillosa” (Génesis 45:4 – 7).
Además de perdonarlos, les ofreció casa y alimento por el resto de sus vidas. José perdonó a sus hermanos y cuidó de ellos. Su actitud quedó marcada a través de la historia como un ejemplo de gracia en las relaciones. José se tornó una imagen del propio Cristo, que nos perdonó, incluso frente a nuestro pecado, y todavía nos protege, a pesar de que continuamos fallándole. Nada de lo que hacemos o podamos hacer hará que Dios nos ame más o menos intensamente. Él nos ama sólo por su gracia, a causa de Cristo. Jesús murió en la cruz, completó su misión para que nos tornásemos dignos de recibir el amor del Padre. Este mismo amor y esta misma gracia incondicionales deben existir en las relaciones familiares, entre marido y mujer, padres e hijos, hermanos y hermanas. Es una bendición disfrutar de ese amor en familia.
“Señor, así como José fue capaz de perdonar la peor traición de sus hermanos, reconociendo que hubo un designio supremo, quiero ser también un hijo que entienda que más allá de las penurias que la vida nos da, hay un plan divino más adelante”.