El famoso rey Salomón estaba dedicando a Dios un majestuoso templo, en medio de una bonanza económica en toda la nación.
El Señor le advierte que el pecado siempre trae consecuencias: crisis, enfermedad, destrucción, perdición. Hay un sólo remedio para ser perdonados y sanados: humillarse, pedirle, volverse a Él, apartarse de lo malo.
“Padre, me vuelvo a Ti, de todo corazón, decidiendo apartarme de mis pecados. ¡Perdóname! ¡Restáurame! También te pido que sanes a mi nación. En el Nombre de Jesús”.