“Porque Jehová tiene contentamiento en su pueblo; Hermoseará a los humildes con la salvación” (Salmo 149:4).
Grim Natwick, animador de los estudios Disney, hizo un nuevo personaje animal: un perro caniche francés, inspirado en las cantantes de la época de la liberación femenina. Más tarde, en 1932, el animador la rediseñó dándole rasgos humanos. Sus orejas de perro caniche de lanas blandas se volvieron pendientes en forma de aro y su nariz negra de perro poodle se convirtió en una nariz femenina en forma de botón. Aparecía en diez dibujos animados como un personaje de apoyo, una chica flapper con más corazón que inteligencia. Luego apareció en un corto de 1932 donde surgió oficialmente como Betty Boop.
Este dibujo se convirtió en todo un ícono de la belleza femenina de la época, al que le siguieron otros. Se crearon cuerpos perfectos, labios bien marcados y caras diseñadas a medida que destilaban sensualidad y juventud. Ese sólo fue el comienzo de toda una industria de la imagen y la belleza que en la actualidad no atañe sólo al mundo femenino y no deja de crecer.
En la Argentina, en estos últimos días nos vimos consternados por la muerte de una bella mujer. Ella falleció víctima de las consecuencias de una intervención quirúrgica en búsqueda de más belleza, en la que un médico inescrupuloso, ávido de fama, presuntamente le inyectó una sustancia letal para su organismo.
La duda sería si en verdad la culpa de su fallecimiento sólo fue del doctor o de la sociedad misma que impone fuertes estándares de belleza para hombres y mujeres. Estos son tan altos e inalcanzables que activan todo un mecanismo que toca la vanidad de cada persona y crea una gran masa de excluidos, disconformes, depresivos y obsesivos; acelerando la rueda de Frankenstein en busca de fabricar una belleza perpetua, a como dé lugar.
Se podría decir que el espejo “sí, miente” cuando la distorsión corporal está en la mente de cada persona. Esta imagen que devuelve el espejo está trayendo graves problemas de aceptación y autoestima, no sólo a las mujeres, sino también a los varones. Además de nuevas enfermedades como la anorexia, la falta de alimentación para bajar de peso; la bulimia, el adelgazar a base de purgaciones; y la vigorexia, o exceso en la ejercitación en búsqueda del cuerpo añorado. Sin dejar de mencionar a la industria de las cirugías plásticas.
No podemos decir que como cristianos estamos exentos a esta presión externa y que nunca nos hemos sentido disconformes con nuestro cuerpo en algún momento de nuestra vida; ya sea por mantener la figura, la juventud o por tener los labios de la modelo de tapa de la revista que nos vende productos de cosmética. Tampoco podemos decir que nunca nadie nos hizo algún desplante por no estar dentro de esos cánones y nos lastimó.
Una vez más, la Palabra de Dios, a través de Pedro nos recuerda que nuestra belleza no debe ser la externa, sino la interna, la más valiosa. Esto no quiere decir que a partir de ahora vamos a descuidar nuestro aspecto físico porque somos bellos por dentro, pero sí que el saber esto nos trae paz y aceptación propia.
Es Dios quien nos hermosea y nos corona con su salvación. Es su amor el que nos reconcilia con nosotros mismos y con nuestro espejo. Él cambia nuestra imagen y nos ayuda a cuidarnos sin caer en la vanidad reinante o en la desidia y el abandono de nuestra persona.
“Señor, ya no quiero seguir buscando ser una caricatura perfecta. Hermosea mi vida con tu salvación. Ayúdame a aceptar y a agradecer mi cuerpo. Ayúdame a cuidarlo porque tú vives en Él. Perdono a todas las personas que me hicieron sentir que mi belleza no era la suficiente para ser amada y valorada. Lléname con tu amor sanador y con tu belleza incorruptible, la de un espíritu humilde, suave y tranquilo”.