Sé que hay sabandijas que se hacen llamar “pastores”. Hombres sin escrúpulos que usan la imagen para llevar a cabo todo tipo de acciones corruptas. O casos de “pastores” insignes que no sólo han encubierto a líderes pedófilos y abusadores, sino que han hecho piruetas con la Biblia para defender al mismo “diablo” que era parte de su staff.
Pero eso no invalida a otros que están en la trinchera del pastorado. Agotados, desanimados, arrastrando deudas, incomprendidos. Viendo cómo esa incesante caravana de personas que llegan a la iglesia se va criticando su mensaje, sus formas, su “acompañamiento deficiente”, su mala gestión, etc.
Es curioso que ser pastor es uno de los pocos oficios donde tu vida privada es tu tarjeta de presentación. ¡Y eso cansa!
Líderes a tiempo completo que son cuestionados por personas que creen que esto no es un trabajo digno. Cuando en realidad, en muchos sentidos, ser pastor de una comunidad es como ser un CEO que trabaja con personas que dan desde su gratuidad.
Un gerente en una empresa, si una pieza no funciona, no tiene ningún deparo en sacarla. Acá no es así. No puedes, como pastor, llegar y tomar a las personas como piezas de ajedrez. Y muchas veces debes tener una paciencia infinita para aprender a surfear con “olas mañosas”.
He visto cuáles cosas pueden llevar a un pastor a tener depresión.
1. Medir tu persona en función de tus resultados.
2. Mostrarte con una vida solucionada.
3. No pedir ayuda, no tener una red de amigos o colegas que te sostengan.
4. Creer que la voluntad de Dios es tener una mega iglesia. Y frustrarte por no superar las expectativas.
5. No tomar terapia de pareja, porque un pastor en crisis es un matrimonio en crisis.
6. No tomar terapia personal, porque la depresión, ansiedad y otros trastornos pisan los talones de todo líder.
7. Estar en la denominación equivocada. Donde no puedas ser libre para enseñar y vivir lo que crees. Y donde no te cuidarán cuando cometas un error. Pues conozco denominaciones que cuando su líder cae, lo destierran absolutamente. Peor que mandarlo a la cárcel. En última instancia en la cárcel te dan un plato de comida y un techo. Acá ni eso.
Así que, ¡cuídate!