Llegó la primavera y el aire olía a guerra. Era el “tiempo en que salen los reyes a la guerra”. El rey miró su vieja armadura que tanto lo había acompañado, su lanza un poco percudida de usarla, sus manos con callos de tanto empuñarla. Observó algunas heridas de su cuerpo que le recordaron alguna batalla. El tiempo había pasado… ¡tantas peleas ganadas!
Habrá pensado, quizá: “¿Por qué tengo que ir yo? Ya hice mi parte, ahora puedo enviar a otros, me quedo… No voy, me merezco un descanso”. Y David, el que libró a los israelitas del gigante paladín que los atemorizaba, el que mató a diez miles, aquel que formó un victorioso ejército de valientes de unos menesterosos en una cueva, el poderoso rey de Israel se quedó en Jerusalén como si él no fuese el rey.
Al principio todo era alivio y disfrute de lo que nunca había podido hacer en ese período. Había elegido quedarse. ¡Qué bien la estaba pasando! Cómodo, tranquilo, sin la adrenalina de la guerra. Se merecía ese tiempo.
Sin embargo, los días transcurrieron y pronto llegarían el hastío y el aburrimiento. “Tan bien” la estaba pasando que se durmió junto con su fama: “Una tarde, David se levantó de la cama y mientras se paseaba por la azotea del palacio vio a una mujer que se estaba bañando. La mujer era muy hermosa” (2 Samuel 11:2). Se relajó a tal punto que pronto comenzó a pasearse por las terrazas placenteras del pecado.
¿Se imaginan cómo sigue la historia? Primero, no le importó que fuera casada, la creyó su posesión y la tomó. Luego, quiso salvaguardar su imagen con desesperación y egoísmo, no importándole la vida del otro, sino sólo la suya. Uno a uno los hechos se precipitaron y el final sólo fue dolor.
Sí, fue la crónica de una caída anunciada y todo comenzó por elegir no estar en el lugar dónde debía estar en ese tiempo.
La historia de la caída de David me lleva a pensar dónde estoy hoy y cuáles están siendo mis elecciones. ¿Estoy en la batalla en la que Dios quiere? ¿o estoy cómodo en mi palacio? ¿Me estoy durmiendo en mi fama de victorias pasadas? ¿Estoy eligiendo hacer su voluntad o la mía?
“Señor, quiero estar siempre en el centro de tu voluntad, haciendo lo que me pides. Ayúdame a discernir los tiempos y dame la fortaleza para enfrentar las batallas en las que debo estar, aunque eso implique dejar mi comodidad de lado”.