La leche materna se compone de anticuerpos, nutrientes, carbohidratos, minerales, vitaminas, grasas, hormonas y factores de crecimiento. Es el alimento perfecto. Tiene la temperatura apropiada y está siempre disponible ante la demanda del bebé.
Además de su función nutritiva, una madre que amamanta brinda protección, amparo y relación con su niño. Este pequeño ser siente saciedad, confianza, plenitud, su primer amor, consuelo y unión con su madre de quien depende para satisfacerse.
En la expresión divina de la paternidad de Dios, encontramos no solo atributos de fortaleza y poder si no también rasgos maternales de alimento y reproducción.
Cuando Dios le habló a Abram a sus 99 años, se presentó como el “El- Shaddai “, y le propuso un pacto de relación íntima, entregándole la promesa de multiplicar su descendencia, en un marco de fertilidad y crecimiento, dado que “Shadd” significa “pecho” en hebreo.
Dios se reveló como: “EL”, Omnipotente, Fuerte, Todopoderoso. “SHADDAI”, el que nutre y sostiene la vida. Incluso Isaac y Jacob así lo mencionaron al otorgar las bendiciones a sus hijos, de manera que nosotros también heredamos la fuerza de esa verdad, contenida en la promesa.
Al igual que los bebés recién nacidos, en nuestros primeros pasos como creyentes acudimos a Dios con hambre, Él es nuestro primer amor, buscamos su consuelo y protección, y esta dinámica se mantiene durante el proceso que nos toma crecer y fortalecer la identidad de hijos. Y así continuamos conociendo al Padre en diferentes aspectos: como nuestro proveedor, nuestro sanador o nuestra justicia.
Pero Él nos anhela para regalarnos ese momento de plena saciedad, de dependencia absoluta, de provisión incontable.
Como la invitación que nos trae Isaías: “…para que maméis y os saciéis de los pechos de sus consolaciones, para que bebáis y os deleitéis con el resplandor de su gloria… Yo extiendo sobre ella paz como un río, la gloria de las naciones como torrente que desborda y mamaréis y en los brazos seréis traídos y sobre las rodillas seréis mimados… Como aquel a quien consuela su madre, así os consolaré Yo a vosotros”. (Is. 66:10-13).
¡Cómo no acudir a su seno para apropiarnos de todo ese fluir que ya nos fue entregado!
¡Cuántas victorias y respuestas a encrucijadas se conquistan cuando vamos ante Él en completa dependencia! Es allí donde le creemos a todas sus promesas y su fidelidad no se demora.