De chico me gustaba y disfrutaba convertir la mesa de la cocina en “un refugio en la tormenta”. La mesa era de madera, de las antiguas, así que era fuerte, le poníamos sábanas colgadas a sus lados, llevábamos unas galletitas o pan, o lo que había, y ahí nos quedábamos mientras llovía. Era nuestro refugio. Esa sensación de estar seguro, resguardados. Aún lo recuerdo con añoranza. Era divertido.
Hoy más grande, les enseñé a mis hijos a hacer refugio también y ellos lo disfrutan al igual que seguro lo has jugado tú y lo disfrutabas. Hay algo en nosotros que nos hace constantemente buscar nuestro lugar seguro. Un lugar donde nos sintamos seguros. Esta búsqueda constante nos hace muchas veces equivocarnos y buscarlos en lugares “no tan seguros”: una relación amorosa, una amistad, una profesión, un trabajo, etc.
El salmista David sabía de esto. Cierta vez y durante mucho tiempo se escondió en una cueva escapando de su realidad, buscando seguridad. Y justo en ese momento, donde esta palabra del Salmo 62, toma real significado.
No sé cuál es tu situación, pero sí sé que sea la que sea, Dios es nuestra esperanza de vida, de una vida donde existe paz, refugiado en su amor, afirmado en la roca de su salvación, y descansando en su mano de misericordia. Quiero hoy, donde te encuentres y como te encuentres recordarte que Dios es, sin duda, la protección y el refugio seguro al que podemos recurrir cada día, correr a Él, quedarnos con Él y en Él. No sólo saberlo, sino la seguridad de sentir esa sensación que su mano nos está sosteniendo a pesar de todo.
De algo estoy seguro hoy, es del Dios que creo. Él está cerca, sólo corre a Él, espera en Él, quédate a su lado, refúgiate y descansa en la soberanía y el amor de Dios.
“Dios amado, haz que sepamos, cada día, que Tú eres nuestro refugio y nuestro sostén, más aún en los momentos de tormenta”.