Este mundo moderno nos enfrenta a nuevos desafíos para los que no estamos preparados para enfrentar solos. La rapidez con que fluye la información, el volumen enorme de datos que recibimos, cada vez más violenta, más cruda, una sociedad inmersa en la intolerancia, la falta de amor, la falta de respeto por la vida, la falta de esperanza y cuántas cosas más que podría enumerar, que en la actualidad ha ido enfermando la salud mental de nuestra sociedad en porcentajes exponenciales.
Problemas de salud mental, la epidemia del mundo moderno, diagnosticada con mayor frecuencia y sobre la cual, muchas veces, la medicina no es efectiva. Una enfermedad del alma, que no tiene explicación y sus síntomas se repiten una y otra vez en diferentes personas. Ataca a niños, jóvenes, adultos, mujeres, hombres, no hace acepción de género, raza, credo, y parecería que se multiplica y se contagia con mayor rapidez. Enfermedad que tiene su origen en la distancia que el hombre ha escogido tomar de Dios.
Cada vez vemos más personas inmersas en la tristeza, desesperanza, falta de interés por las cosas, temor al futuro, miedo y podemos seguir nombrando un sinnúmero de síntomas que afectan las emociones sin un origen aparente. La depresión, la ansiedad, el suicidio, los trastornos alimenticios, el stress post traumático y cuantas otras afecciones que quitan la paz interior del hombre.
Pero Dios ha prometido estar ahí para nosotros, Él controla cada situación que nos rodea, Su Palabra nos da la confianza y la seguridad que Él no nos abandona en los momentos de dificultad, sino que nos ayuda a atravesarlas.
Esta es una afirmación, no un deseo. En Él podemos confiar cuando el temor nos invade y la desesperanza se apodera de nosotros, y entonces, llega la paz y una sensación de alivio, porque entendemos que la fidelidad de Dios permanece para siempre y aun en medio de la prueba Él es fiel para sostenernos.
El Salmo 56:3-4 dice así: “En el día que temo, yo en ti confío. En Dios he confiado; no temeré; ¿Qué puede hacerme el hombre?”
Su Palabra nos revela Su amor incondicional, Su compasión y Su deseo por tener un encuentro personal e íntimo con cada uno de nosotros, un encuentro que nos llene de Su paz y alivie nuestras almas rotas.
“Señor, reconozco que nada soy sin Ti. Ayúdame en medio de mi aflicción a confiar y descansar en Tu soberanía y lléname hoy de Tu paz”.