Conozco un matrimonio que lleva más de 65 años de casados. Su rutina del día comienza temprano, durante el desayuno. Café caliente, tostadas, algún cereal, fruta y la Biblia. También llevan una lista de oración familiar. Durante estos años de convivencia pasaron momentos difíciles, y aún siguen sucediendo, pero no dejan de orar juntos al Señor. Apostaron a mantener el triángulo sagrado del matrimonio: Dios, esposo y esposa.
La oración es Dios glorificado en medio de nuestras peticiones. Consiste en escuchar tanto como hablar. Se trata básicamente de una conversación con Dios Padre que lleva a una unión con Él. Para poder acercarnos al trono de Dios, es requisito tener una relación personal con Jesús, su Hijo. Para acercarnos como matrimonio necesitamos tener una relación en nuestra pareja con Él también, como lo primero en el matrimonio. Reconociendo que sin el Señor no somos nada.
Si desde novios decidimos poner al Creador en primer lugar, oramos y le confiamos nuestras vidas, durante el matrimonio se hace más habitual y natural. Aunque no deja de ser difícil cuando las dificultades afloran. Si conocimos al Señor ya casados, poner en práctica este hábito es toda una aventura que no podemos dejar pasar. ¡Hay un bonus extra! Aprender a orar juntos, con nuestra pareja, trae la bendición de recorrer los mismos caminos tomados de la mano como soñamos aquel día que nos dijimos por primera vez: ¡te amo!
Podemos continuar en el viaje de la oración hasta poder decir que empezamos a saber un poquito sobre qué es orar y qué es hacerlo de a dos. Ya no sólo se fortalece la vida de manera individual, sino que la vida de los dos se vuelve una sola como esa “cuerda de tres hilos que no se rompe fácilmente” que menciona Eclesiastés 4:12. Otra vez el triángulo sagrado del matrimonio: Dios, tu cónyuge y tú.
“Señor que mi devoción a ti, en lo personal, como en mi matrimonio y familia, siempre sea una dependencia absoluta de tu voluntad. Que mis peticiones sean el producto de nuestras peticiones, nuestras necesidades puestas en tu Cruz. ¡Gracias por la oportunidad de crear un altar familiar de oración y devoción a tu persona! ¡Te amo, mi Rey!”