Estamos en tiempos de “influencers”, donde muchos quieren ser estrellas de las redes y convertirse en celebridades de la noche a la mañana. Y, seamos realistas, basta mirar un poco las redes para darse cuenta de que muchos lo lograron. Que hay una enorme cantidad de personas que sin tener mayor mérito que hacer alguna monería que se viralizó, se los ha transformado en opiniones autorizadas para miles de temas.
El problema con esto es que no debemos comprar esa falacia como algo real. No nos confundamos. Cada día debemos luchar contra esas corrientes de pensamiento que buscan alimentar exageradamente nuestro ego, llevándonos a creer que somos los más importantes.
Me tocó escuchar gente que, desde plataformas, se exaltaba olvidándose que en nuestras vidas el importante es Cristo. Si bien es bueno destacar los talentos y apoyar la excelencia en todas las áreas, no debemos quitar nuestra mirada de Aquél que debe ser el norte de todos nuestros planes.
Si hago música, si escribo libros, si filmo películas, si predico a miles, si limpio el templo, si le doy de comer al hambriento, si consuelo al desfallecido… haga lo que haga, no lo hago por mis fuerzas sino por aquella gracias que Dios depositó un día en mí. Yo no soy la última Coca Cola en el desierto. Jesús es el único camino, la única verdad y la totalidad de la vida.
Dios nos guarde de ponernos en su lugar y creer que quienes nos escuchan y/o piden ayuda o consejo lo hacen porque somos imprescindibles. En Romanos 12:3 Pablo lo deja claro: “Dios en su bondad me nombró apóstol, y por eso les pido que no se crean mejores de lo que realmente son. Más bien, véanse ustedes mismos según la capacidad que Dios les ha dado como seguidores de Cristo”.
Si nos toca ser influyentes, ¡gloria a Dios! Aprovechemos esa popularidad para llevar a la gente a los pies de Cristo. Ojo, que ser influyente no significa tener 15 millones de seguidores en las redes. Si eres padre, eres influyente en tus hijos. Si eres el único cristiano en tu familia, conviértete en el influencer de los tuyos. No busquemos seguidores, busquemos seguir a Cristo y ayudar a que otros también lo puedan seguir.
“Señor, que podamos ser conscientes de que nuestro grado de exposición en la sociedad, no es para saciar nuestro ego, sino para llevar a la gente a tus pies”.