7 DE ABRIL, DÍA MUNDIAL DE LA SALUD
Todos los días estamos dando testimonio para bien o para mal, con o sin nuestros uniformes.
En uno de los días más difíciles durante la pandemia, me tuve que dar un escape durante mi tiempo de lonche. Como el enfermero encargado del equipo de “Respuesta Rápida”, necesitaba separarme del local y la intensidad del día, aunque fuera solo por 30 minutos. Decidí ir a la panadería de la esquina para disfrutar de una galleta especial de vainilla que hacen allí.
Al llegar encontré lleno el lugar y tuve que tomar un número. Por fin escuché que me llamaron, pero antes de que tomaran mi orden, un caballero entró desenfrenado y se metió en frente de mí. Le demando a la señorita que estaba a punto de atenderme que le diera una galleta de chocolate y que lo hiciera rápidamente. La señorita le explicó al caballero que no era su turno y que además ya se habían acabado las galletas de chocolate. Apuntó al mostrador de vidrio y le demostró que solo quedaban galletes que tenían la mitad de chocolate y la mitad de vainilla.
Con eso el caballero explotó y regañando a la señorita, le dijo que fuera a la cocina a buscar más galletas a pesar de que ella ya le había explicado que lo que estaba en el mostrador era todo lo que quedaba. De repente, detuvo su diatriba cuando vio que me paré enfrente de él para retarlo. Me encontraba irritado y cansado a causa del día tan difícil y tenía toda la intención de descargar mi enojo en este señor que, sin duda, lo merecía.
Todos los días estamos dando testimonio para bien o para mal, con o sin nuestros uniformes.
Estuve a punto de abrir mi boca cuando, de repente, me sentí pausar. Aun para mi propia sorpresa escuché decirle que todo iba estar bien y que no se preocupara. Con eso me dirigí a la señorita y le pedí dos galletas que eran mitad chocolate y mitad vainilla. Le pedí que las cortara por la mitad y que me diera las mitades de vainilla y al caballero las mitades de chocolate.
La señorita hizo precisamente eso y nos entregó a cada quien nuestras mitades. Le pagué a la señorita y antes de salir, pausé para decirle al caballero una vez más: “¿Ves?, todo está bien”. Se terminaba mi hora de descanso y regresé para seguir respondiendo a todas las llamadas frenéticas que estaba recibiendo ese día.
Como una hora después me encontraba corriendo en el pasillo acompañando a un técnico que llevaba a un paciente crítico a la sala de tomografías computarizadas cuando, de repente, escucho un escándalo. Una voz gritaba, “¡Es él! ¡Es él!”
Fue entonces cuando un doctor y un administrador del hospital se pararon en frente de mí deteniendo mi paso. “¿Estás seguro de que es él?”, preguntaron. En eso me di la media vuelta para ver a quién se dirigían. Allí fue que me encontré cara a cara con el caballero desenfrenado de la panadería.
“Sí, es él. Él fue el que me compró la galleta”, alcanzó a decir el caballero antes de quebrantarse en llanto. A través de sollozos continuó, “Ha sido el peor día de mi vida. Estoy aquí con mi mamá y ustedes me acababan de decir que no tiene esperanza y que va a morir. Yo no podía con la noticia y queriéndome escapar de esta pesadilla salí de aquí corriendo. Mientras caminaba, clamaba a Dios para que me ayudara. Es cuando vi la panadería y me acordé que tenían una galleta de chocolate que tanto me gusta. Pero cuando entré me dijeron que ya no había. Me sentí tan mal como si todo estuviese en mi contra, como si Dios me hubiera abandonado. Estaba a punto de perder el control cuando, de repente, este enfermero se para en frente de mí y con un tono de compasión me dice que todo va estar bien. Rápidamente me solucionó lo de mi galleta. Cuando quise pagar mi galleta la cajera me dijo que el enfermero y había pagado mi cuenta. Era justo lo que necesitaba, un poco de compasión, un poco de amor. Ahora sé que Dios sí está conmigo en este momento tan horroroso”.
Mis acciones causaron que la pequeña chispa de esperanza que le quedaban a ese caballero se encendiera un fuego de fe.
Obviamente, todo esto me tomó de sorpresa porque yo no sabía nada de eso. Ni quise tomar crédito de mis acciones porque mi reacción original iba ser cortante y llena de enojo. Me sentí mal por eso, y a la misma vez di gracias a Dios porque Él me detuvo y con eso me permitió reaccionar de una forma más alineada con el corazón de Él.
Mis acciones causaron que la pequeña chispa de esperanza que le quedaban a ese caballero se encendiera un fuego de fe. Pero fácilmente pudo haber sucedido lo contrario si hubiera actuado con mi reacción original, esfumando la poca chispa que le quedaba de esperanza.
La palabra de Dios nos insta a que “no nos cansemos de hacer el bien, porque a su debido tiempo cosecharemos si no nos damos por vencidos” (Gálatas 6:9). Y esto es importante porque sea en el trabajo o en nuestra vida cotidiana, nunca sabemos lo que otros estén viviendo o sufriendo en privado.
“Señor, te damos gracias por nuestro llamado. Es cierto que nuestro trabajo como profesionales en la rama de la salud es pesado y abrumador. A pesar de esto, te pido que a diario llenes nuestra copa con paciencia y compasión para que nunca nos cansemos de hacer el bien…”.