Amo tomar mate. No debería porque tengo reflujo y por mi profesión debo cuidar mi voz, pero…
En fin. Me gusta tener variedad de mates y cada tanto me compro alguno nuevo. En diciembre me compré uno de barro. Sí, cerámica. Hermoso. Algo así como Dios nos ve a nosotros.
En cuanto lo tuve en mis manos sospeché que no sería eterno. Convengamos: ¡es cerámica! Y nosotros, bueno: ¡somos humanos! Lo usé, lo presumí, lo disfruté, lo amé. Ayer quise matear un ratito antes de empezar una clase, así que lo llevé a mi estudio, lo apoyé, hice algún movimiento descuidado y cayó. Rodó y ahí lo vi, como en cámara lenta, partirse en tres pedazos.
“Y, sí”, pensé, “iba a pasar algún día”. Suspiré y lo recogí, lo limpié y traté de ver si podría volver a armarlo.
Hoy me dispuse a pegarlo. Al rearmarlo vi que en la parte de abajo quedaba un pequeño agujerito. Ya no sería un mate. Pensaba en cómo a veces Dios nos ve, nos disfruta, nos usa para diferentes cosas según nuestros dones y formas de ser, y también cómo a veces ve, como en cámara lenta, cómo nos rompemos y nos partimos en pedazos. ¡Encima por movimientos descuidados nuestros! También nos recoge, nos limpia, nos deja descansar y luego se dispone a repararnos. “…con amor eterno te he amado, por tanto, te prolongué mi misericordia…”, dice la Biblia en Jeremías 31:3. Hermoso.
Respetando su forma lo rearmé y lo pegué y ahí vi al que supo darme momentos hermosos y ricos, convertirse en algo más. Tenía una nueva función. De hecho, ese agujerito que quedó no era un problema, no era un defecto. ¡Era perfecto ahora! Un mate no lo necesita, una maceta sí.
Salvando las distancias, pienso: Jesús suele tener gestos de amor parecidos a estos, ¿no? Tantas veces evita tu caída y otras, te ve caer, pero se queda cerca, presto a levantarte, a limpiarte, a darte una segunda, una tercera, y eternas oportunidades. Respeta tu forma, te rearma, te repara y ahora, luciendo igual de lindo que antes, no solo eres algo más, tienes todo lo necesario para el tiempo nuevo que viene (porque siempre hay un tiempo nuevo), si no que tienes una historia para contar de cómo te rompiste, cómo te restauró y lo nuevo que eres ahora. Ahora portas vida. Igual que mi nueva maceta, ahora porta vida. Una plantita.
Creo en las segundas oportunidades.
“Señor, gracias porque aún en aquellos momentos en los que nos rompemos, tú nos rearmas y nos demuestras que nunca hay que poner un punto final donde tú pones un punto y aparte. Haz que sepamos interpretar en esos momentos de ruptura, que tienes una nueva función para nosotros, y para la que es necesario que nos armes nuevamente, nos pegues pedacito por pedacito y deseches aquellas partes que ya no necesitamos”.