Durante la vida hacemos dos viajes: uno hacia los demás y el mundo que nos rodea y otro hacia dentro de nosotros mismos. Cuando las circunstancias son adversas, buscamos en nuestro interior recursos para enfrentarlas; cuando nos sentimos agobiados, buscamos fuera algo que nos ayude.
Alguna vez vi un experimento que representaba esta situación: mostraba un ratoncito cuya jaula estaba dividida en dos, con un hueco entre ambas partes. Cada vez que los investigadores aplicaban una descarga eléctrica sobre la zona donde el animal se encontraba, el ratoncito huía por el hueco hacia el otro sector de la jaula. Los investigadores aplicaban alternativamente descargas en una y otra zona, obligando al ratoncito a estar en constante movimiento. Al cabo de un mes el animal mostraba rasgos de agotamiento, pero no estaba enfermo. En cambio, cuando la jaula era de una sola pieza y se electrificaba todo su piso, el ratoncito saltaba continuamente y al cabo de un mes enfermaba gravemente. Cuando hay escapatoria, aunque haya que enfrentar un nuevo problema, el ser humano lucha; cuando siente que no la tiene, se deteriora.
En este pasaje, el apóstol Pablo menciona que se ha encontrado en condiciones terribles: dice “en todo fuimos atribulados” y describe que tanto por dentro como por fuera se había encontrado bajo ataque: “de fuera, conflictos; de dentro, temores”. Entonces, cuando todo se oscureció, llegó el “Pero Dios,…”, ese pero de Dios que irrumpe por dentro y por fuera dándonos esperanza en medio de las calamidades; ese pero que cambia nuestra forma de ver la realidad y de vernos a nosotros mismos. ¿En qué consiste ese pero que nos sostiene en medio de los sufrimientos?
En primer lugar, en el consuelo que Dios nos provee, resumido en la frase de Jesús “No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros” (Juan 14:18); dice el apóstol Pablo “…pero Dios, que consuela a los humildes, nos consoló…”. Para recibir consuelo necesitamos humildad; si caemos en la soberbia de creer que podemos enfrentar todo solos, seguramente la frustración crecerá hasta destruir toda esperanza.
Además, el pero de Dios tiene un segundo aspecto: “nos consoló con la venida de Tito”. En épocas en que tristemente se ha predicado un evangelio donde la prosperidad es la medida de la fe, es imperativo recordar que somos parte de una comunidad, que tenemos amigos a los que llamamos hermanos con quienes podemos compartir los buenos y los malos momentos. La expresión bíblica que tanto se repite, “los unos a los otros” es un llamado tanto a consolar como a ser consolados, a acompañar y a ser acompañados en medio de las adversidades de la vida. El “pero” de Dios muchas veces utiliza a otras personas para recordarnos su amor y revelarnos su compasión por nosotros.
“Señor, gracias porque en tu Palabra encontramos ese sosiego que necesitamos en el momento más álgido de la tormenta. Gracias porque te sirves de cualquier persona e incluso de cualquier circunstancia para traernos ese bálsamo que nos refresque en el momento justo. Gracias porque siempre, siempre, hay un ‘pero’ de parte tuya, que nos ofrece la salida a cualquier tribulación que nos pueda sobrevenir”.