Luego de recibir el informe de los espías sobre lo que habían visto en la tierra prometida, el pueblo estaba inmerso en la queja, querían volver atrás. Sus palabras, pensamientos y acciones denotaban duda. En medio de este escenario negativo, Josué levantó su voz, proclamó el cumplimiento de las promesas de Dios, la calidad de la tierra que Él les estaba entregando y la victoria para el pueblo. Mientras la mayoría veía las circunstancias, Josué se plantó en sus convicciones, se sostuvo de la palabra recibida.
Dios nos sacó de un lugar seco, de muerte, depresión, tristeza, de esclavitud, nos sacó de ese Egipto, nos dio vida, fuerza para atravesar el desierto, provisión para tiempos difíciles, una palabra de libertad, crecimiento y, aun así, cuántas veces olvidamos todo esto, cuántas veces ante la más pequeña dificultad o gran dificultad, desconocemos inmediatamente Quién es el que nos sostiene, y olvidamos que esa Palabra sigue vigente. Nosotros podemos estar en dudas u olvidar momentáneamente una promesa, Él no.
Los espías y el pueblo estaban un contexto bastante similar al nuestro hoy: con tierra, promesas por conquistar, y con grandes gigantes en ese lugar. Estaban entregados a una queja continua, quizás como muchos de nosotros hoy: ¡economía, política, inseguridad, la realidad! (Josué también estaba en ese contexto, pero no reaccionó de la misma forma).
A veces nos toca escuchar esta queja, que por ahí viene disfrazada de: “únicamente relato lo que es, lo que está pasando”, y la mayoría de las veces, tal vez, formamos parte de ella. La queja actúa como inhibidor de nuestras convicciones, de nuestra fe. No estamos declarando lo que creemos o sabemos que Dios hará, sino lo que estamos viendo, especulando, hipotetizando. Le estamos dando más entidad, poder y gobierno a los gigantes, que a la palabra de Dios sobre la Tierra Prometida y sobre mi (tu) vida. ¿Cómo se llaman los gigantes que estás hoy viendo que se interponen entre tu tierra prometida y vos? ¿enfermedad? ¿escasez? ¿falta de trabajo? ¿política? ¿esterilidad? ¿soledad? ¿depresión? ¿adicciones?
Nuestro desafío
El reto hoy va más allá de la defensa de nuestras convicciones, o de la fe en palabras. Necesitamos vivir la certeza de lo que esperamos, la convicción de lo que no vemos. ¿Por qué? Porque las convicciones sólidas pueden soportar los vientos cambiantes de las opiniones y los argumentos elocuentes de los opositores; pueden soportar cualquier panorama diferente al que pensábamos que debía pasar, o en el tiempo que debía pasar; pueden soportar cualquier imagen de gigante que veamos, que nos desafíe, que nos atemorice. Debemos aferrarnos a la Palabra de Dios, confiar en lo que el Señor ha dicho, como lo hizo Josué en su informe.
Las convicciones no se contraponen a la realidad, las gobiernan. No se paran desde la mediocridad de “no ver”, sino que potencian las soluciones, nos sacan de las excusas, de la queja, de decir: “son más que nosotros”, “estábamos mejor siendo esclavos” y nos desafían a conquistar la tierra que nos corresponde, la que está esperando ser pisada, habitada y gobernada por nosotros, el pueblo de Dios.
“Que, en este día, podamos tener plena certeza de nuestras convicciones. Que sean de acuerdo a lo que tú, Dios, estableciste, a Tus planes y expectativas para nosotros. Renuncio hoy a toda queja o duda que me haya separado de ti, y abrazo por fe Tus promesas para este tiempo, teniendo la plena convicción de que, así como Tú dijiste, Tú lo harás”.