Escuchamos muchas veces repetir aquel versículo que conocemos de memoria “La mies es mucha, pero lo obreros son… pocos” y recordamos todas las veces que iniciamos con entusiasmo una tarea que Dios puso en nuestro corazón.
Casi al mismo tiempo podemos recordar todo el esfuerzo, los desvelos, el cansancio, la dedicación y la alegría de servir, pero de repente se mezclan en el recuerdo todo lo que nos hizo frenar: las críticas, las traiciones, la falta de apoyo, el que venía por el reconocimiento o para ver si tenía algún beneficio, los rumores, las peleas, el que justo tuvo una idea igualita y puso “su propio kiosko”… ¡Basta, Señor! ¡Ya te conté hasta el cansancio que no quiero trabajar más con creyentes! Prefiero trabajar con gente de afuera que no te conoce; tienen más códigos y si no los tienen, no me preocupa porque no esperaría que se comporten como hijos tuyos. ¿Pero éstos?
“Señor, te he servido lo mejor que pude, pero… estoy cansado de la ‘familia de la fe'”.
¿Elías? ¿Qué tiene que ver Elías?
“El rey Acab le contó a Jezabel todo lo que Elías había hecho, incluso cómo Elías había matado a todos los profetas a espada. Así que Jezabel mandó un mensajero a Elías diciendo: ‘Te aseguro que mañana a esta hora te mataré, tal como mataste a esos profetas. Si no tengo éxito que me castiguen los dioses’. Elías se asustó tanto al escuchar esto que escapó para salvar su vida… caminó todo el día por el desierto, se sentó debajo de un arbusto y con ganas de morirse, dijo: ‘¡Ya basta, Señor! ¡Déjame morir, que no soy mejor que mis antepasados!’ Entonces Elías se acostó ahí debajo del arbusto y se quedó dormido.
Un ángel se acercó a Elías, lo tocó y le dijo: ‘¡Levántate y come!’ Elías vio que muy cerca había un pan cocinado sobre un fuego de carbón y una jarra de agua. Elías comió y bebió y luego se volvió a dormir.
Más tarde, el ángel del Señor se le acercó otra vez y tocándolo le dijo: ‘¡Levántate y come! Si no lo haces, no tendrás las fuerzas necesarias para el viaje’. Así que Elías se levantó, comió y bebió. La comida le dio suficientes fuerzas como para caminar 40 días y 40 noches hasta llegar a Horeb, el monte de Dios. Ahí Elías entró en una cueva y se quedó toda la noche.
Entonces el Señor le dijo a Elías: ‘Elías, ¿por qué estás aquí?’ Él le contestó: ‘Señor Dios Todopoderoso, yo siempre te he servido lo mejor que he podido, pero los israelitas han roto el pacto que tenían contigo. Destruyeron tus altares y mataron a tus profetas. Yo soy el único de tus profetas que ha quedado con vida y ahora a mí también me buscan para matarme’.
Entonces el Señor le dijo: ‘Ve, y ponte de pie… y yo pasaré delante de ti’.
Entonces sopló un viento tan fuerte que rompió una parte del monte y desprendió grandes piedras, pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento, hubo un terremoto, pero el Señor tampoco estaba en el terremoto. Después del terremoto pasó un fuego pero el Señor tampoco estaba en el fuego. Después del fuego, se escuchó un sonido muy suave. Cuando Elías lo escuchó, se cubrió la cara con su manto. Entonces fue y se paró en la entrada de la cueva y una voz le dijo: ‘Elías, ¿por qué estás aquí?’
Elías dijo: ‘Señor, Dios Todopoderoso, yo siempre te he servido lo mejor que he podido, pero…’ (1 Reyes 19).
¡Cuántos consejos se me ocurren para Elías! Si yo hubiera hecho los milagros que él hizo… ¡no me pararía nadie! ¡Vamos, Elías! ¿Le vas a tener miedo a Jezabel? ¡Dios estuvo contigo y estará contigo! ¡Vamos campeón! ¿Cómo que estás depresivo? ¿Desganado? ¿Harto? ¿Escondido como un cobarde? ¡Elías, no te reconozco!
Sin embargo, el ángel que venía de parte de Dios, le trajo lo único que Elías necesitaba en su momento de “bajón”: Comida caliente, agua y compañía. Poco a poco, respetando el ritmo que necesitaba, lo acompañó 40 días, paciente, amoroso, sin reclamos, sólo mostrándole amistad y cuidado, casi en silencio. Cuando parecía que iba a volver a ser el de antes, Elías encontró una cueva y se metió.
Nueva etapa, ahora las preguntas que Dios le hace son de reflexión: “¿Por qué estás ahí?” y deja que él descargue su corazón de todas las injusticias y desvíos con los que se hartó de lidiar entre el pueblo de Dios. Y se queja y le cuenta a Dios sus temores más profundos.
Recién entonces, en un tercer movimiento, Dios le da una indicación sencilla: “Ponte de pie y observa en qué de lo que vas a ver me reconoces”. Huracanes, terremotos, fuego… Elías, si yo quisiera… ¡ya los habría consumido! De repente un suave silbido llamó la atención de Elías para salir de la cueva ¡Pegó un salto! ¡Esa es la contraseña de Dios! ¡Claro que te reconozco! Suave, preciso, personal, lleno de gracia.
Y en la transición a una nueva etapa, Dios le vuelve a hacer preguntas para que nada anide en su corazón que le haga daño ni a él, ni a los Eliseos que vaya a entrenar en el tiempo que viene. Lo necesita limpio y sin cargas, pero respeta sus tiempos y Elías repite “Señor, Dios Todopoderoso, yo siempre te he servido lo mejor que he podido, pero…”.
Jesús, siglos después nos deja una misión, una estrategia y una promesa: “vayan y hagan discípulos. Enseñen(les) a obedecer todos los mandatos que les he dado. Y tengan por seguro esto: que estoy con ustedes siempre, hasta el fin de los tiempos”.
Condiciones: Elías (puedes poner tu nombre), los discípulos deben seguirme a mí, no a ti. ¡Ah! ¡Y una cosa importante! No vayas solo, que el mandato está en plural. Para todo lo demás, tienes mi contacto, llámame.
¿Cuento contigo?
“OK, Señor, voy de nuevo, pero…”
“Tranquilo, necesito tu predisposición a pararte, de tu ánimo y tus quejas nos ocupamos en el camino”.
Jesús.