¿Alguna vez has intentado armar un rompecabezas de muchas, pero muchas piezas y te has frustrado y perdido la paciencia? Una vez, visitando una amiga, me mostró en una mesa un rompecabezas de aproximadamente 10.000 piezas. Lo había empezado hacía poco y la imagen de la caja era lo que debía armar. Sólo se veían pequeños sectores que lentamente tomaban forma. Me dijo que le llevaba tiempo, paciencia y perseverancia para avanzar. A veces lograba significativos avances y otras no lograba avanzar.
En los tiempos presentes, donde todo se debe resolver rápido, donde la ansiedad manda, no se tolera el fracaso, la paciencia está devaluada y tener disciplina parece algo autoritario, un rompecabezas es un buen ejercicio. Descubrir el propósito de Dios para la vida de cada uno es un proceso para el cual se necesita desarrollar un carácter con la dirección de Dios.
La vida es como armar un rompecabezas: a veces avanzamos a buen ritmo, otras nos detenemos ante problemas y dudas de cómo seguir; otras nos decepcionamos, otras nos extraviamos y no sabemos cómo continuar. Pero si desarrollamos paciencia, disciplina y perseverancia vamos avanzando y poco a poco va tomando forma, sentido y propósito nuestra vida, como la imagen de rompecabezas.
Este siglo tiene tres características: la primera es el hedonismo, que es la búsqueda del placer como fundamento de la vida. Vivir la vida loca sin importar las consecuencias, lo que importa es disfrutar hoy.
La segunda es el consumir lo ligth (ligero), todo lo que no tiene sustancia, lo superficial que no me lleve mucho tiempo pensar, no vaya a ser que me canse. Parece que disfrutar es sólo mirar las redes en el celular y me basta con darle like para recibir pequeñas dosis de dopamina (neurotransmisor que me da emociones placenteras) en mi cerebro.
La tercera característica es el delivery, lo pido y lo quiero ya. No debo hacer el esfuerzo de buscarlo, y si no lo consigo me frustro y lo abandono.
Estas tres características van juntas, todo lo que me demanda tiempo y esfuerzo está devaluado. Un ejemplo es cómo formar pareja y familia. Conozco a alguien y si me siento bien, si hay química -como dicen-, me caso y ante el primer problema, me divorcio de forma express y si dejo hijos en el medio, bueno, no importa mucho. Una familia requiere esfuerzo, tiempo, y sobre todo mucho amor por el otro y considerarlo como superior a uno mismo.
Queremos la recompensa en forma inmediata, sin el proceso del aprendizaje y disciplina que son necesarios para un mejor resultado, el cual una vez alcanzado se disfruta más y también genera dopamina y de forma más durable.
La Biblia nos dice que debemos “analizarlo todo y retener lo bueno” (1 Tesalonicenses 5:21). No dice “consumirlo todo y vive la vida loca”. Hay caminos que al hombre le parecen rectos y terminan siendo de perdición. Que el ritmo sea el que disponga Dios en tu vida, no te va a apurar más allá de lo que puedas avanzar, pero si estás demasiado en un desierto quizá sea porque no encontraste qué aprender de él.
La vida cristiana tiene mucho de un rompecabezas. Dios nos rescata de nuestra vana manera de vivir y nacemos de nuevo, pero luego viene el crecer. “Si el Espíritu nos da vida, andemos guiados por el Espíritu” (Gál. 5:25). De esta manera logramos “los frutos del Espíritu que es amor, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio. No hay ley que condene estas cosas” (Gal 5:22-23).
Así que desarrolla los frutos del Espíritu para que el rompecabezas de la vida no te rompa la cabeza, y entremos por la puerta estrecha al encuentro de Jesús. Yo sigo armando el mío… ¿y tú?
“Querido Dios, en este año que recién comienza, quiero priorizar mi relación contigo y afianzar esos frutos que me acercan a ti de manera genuina. Que el amor, la templanza, la bondad, la paciencia, la humildad sean una marca registrada en mi vida, con el supremo fin de darte a conocer a través de mi persona”.