Un hombre con espíritu superior mantiene una profunda relación con Dios, sea cual fuere la situación que le toque vivir (vs. 10).
Existen dos tendencias en este sentido: Aquel cristiano que mantiene una relación íntima con el Señor, pero cuando viene la prueba la abandona y aquel cristiano que no mantiene una relación íntima con el Señor, pero que cuando llega la prueba, corre al Señor desesperadamente.
Daniel no se inclinó por ninguna de las dos. Cuando se entera que las personas que estaban bajo su mando le tienden una trampa, él corre a su habitación a orar tres veces al día. Tú y yo hubiésemos hecho lo mismo. ¿O no? Cualquiera en su sano juicio lo hubiese hecho cuando su vida corre peligro. La diferencia está en que Daniel oraba tres veces al día, “como lo solía hacer antes”. Cuando estaba en Jerusalén y todo iba bien, él oraba tres veces al día. Cuando estaba cautivo en Babilonia y su vida corría peligro, él también oraba tres veces al día. Su relación con el Señor no dependía de las circunstancias. Había hecho de ella su estilo de vida.
Cuando uno observa la vida de los hombres que Dios utilizó para provocar grandes avivamientos en los siglos 18, 19 y 20, uno queda sorprendido por lo distintos que eran. Algunos de larga trayectoria en el ámbito cristiano, mientras otros se convirtieron siendo adultos; algunos muy formados académicamente mientras que otros no tenían ningún tipo de formación; algunos fueron grandes oradores, mientras que otros no lo fueron. Pero hubo en todos ellos un denominador común: un alto grado de intimidad con Dios, que como aclaró Jesús, se dejaba ver más tarde cuando ministraban públicamente. Uno de ellos fue Jonathan Edwards. Vivió tan solo 55 años, suficientes para ser utilizado por Dios para provocar un despertar espiritual con la costa este norte de los Estados Unidos. Lo paradójico es que no tenía una manera de expresarse demasiado llamativa: era alto, delgado, muy pálido, apoyaba una de sus manos en el púlpito y con la otra sostenía el texto bíblico. Predicaba una hora y media en un tono monocorde. Cuando lo hacía, dicen los biógrafos, había una convicción de pecado entre los oyentes, nunca antes vista. ¿Su secreto? Relación íntima con Dios en privado, que se dejaba ver más tarde en público.
Un hombre con espíritu superior es un hombre de influencia (vs. 25, 26 y 27).
Daniel “cae” en la trampa, termina en el foso donde Dios lo libra de los leones, es liberado y allí acaban con su vida aquellos que le habían provocado el mal. Lo interesante es que en este momento el rey da una ordenanza al pueblo, de reconocer como Dios verdadero al Dios de Daniel.
Jesús mencionó dos elementos: la semilla de mostaza y la levadura. Dijo en primer lugar: “El reino de los cielos es como una semilla de mostaza sembrada en un campo. Es la más pequeña de todas las semillas, pero se convierte en la planta más grande del huerto; crece hasta llegar a ser un árbol y vienen los pájaros y hacen nidos en las ramas”. La semilla de mostaza es pequeña. La más pequeña. Tiene una apariencia insignificante. En la época de Jesús era considerada una plaga muy difícil de erradicar. Atraía todo tipo de pájaros. Comienza siendo pequeña, pero crece hasta convertirse en un árbol, que termina afectando positivamente a todo su entorno. La analogía es clara.
Dijo también Jesús: “El reino del cielo es como la levadura que utilizó una mujer para hacer pan. Aunque puso sólo una pequeña porción de levadura en 3 medidas de harina, la levadura impregnó toda la masa”. La porción de levadura que esta mujer utilizó fue pequeña. No necesitó de grandes cantidades. Esa pequeña porción fue suficiente para que la levadura se haya hecho sentir sobre toda la masa. La analogía es clara.
El texto concluye diciéndonos que “Daniel prosperó durante el reinado de Darío y de Ciro el persa”. La historia nos permite observar que ese “prosperar” de Daniel tenía que ver con una profunda relación con Dios, que se traduce más tarde, en cómo influye positivamente a todos aquellos que le rodeaban. Cuando pienso en esta cuestión, viene a mi mente la imagen de la cruz: una relación vertical, que da paso a una relación horizontal.
Marcos Witt escribió una canción, que hoy la hago oración al pensar en la historia de Daniel: “Enciende una luz, déjala brillar
Es la luz de Jesús, que brille en todo lugar
No la puedes esconder, no te puedes callar
Ante tal necesidad, enciende una luz en la oscuridad”
“Señor, quiero ser esa luz que ilumine este mundo en tinieblas; quiero tener esa convicción de Daniel, que no necesitó cambiar de rutina cuando se encontró en apuros porque tenía una relación genuina contigo”.