La historia de la humanidad nos ofrece ejemplos de grandes personalidades que, ocupando las más altas posiciones, han mostrado un enorme deseo de superioridad. Un claro ejemplo de esto explica por qué el mes de Agosto tiene 31 días. Julio César había dado a uno de los meses del año su propio nombre. Cuando subió al trono el emperador Augusto, quiso hacer lo mismo, llamando al mes siguiente Augustus (Agosto). Pero sucedía que dicho mes tenía en aquellos tiempos tan sólo 30 días. Por tal razón el emperador dio orden de quitar un día al mes de Febrero, que entonces tenía 29 días, y añadirlo al mes que llevaba su nombre. Así ha quedado hasta nuestros días.
Esta historia, como tantas otras, me lleva a preguntarme: ¿Qué elementos pueden brindarle al ser humano un sabio, sano y verdadero sentido de superioridad?
No lo puede hacer:
A. El dinero: Jay Gould, el millonario norteamericano, al morir dijo: “Supongo que soy el hombre más miserable de la tierra”.
B. El placer: Lord Byron, quien vivió una vida de placeres y comodidad, escribió: “El gusano, las llagas y la pena son sólo míos”.
C. La posición y la fama: Lord Baconsfield disfrutó de las dos cuestiones, sin embargo, escribió: “La juventud es una equivocación, la adultez es una lucha y la vejez es una pena”.
Quiero invitarte a observar durante 3 días, la vida de un hombre que, en medio de una situación absolutamente adversa, demostró tener un espíritu superior y lo demostró de 5 maneras distintas. Se llamaba Daniel y su historia la encontramos en Daniel 6:1-28.
Un hombre con espíritu superior no teme a estar entre pecadores porque sabe dónde está parado (vs. 1 y 2).
Para entender este primer principio debemos ir al capítulo 1 de Daniel y observar cómo llega cautivo desde Jerusalén directo al palacio real en Babilonia. Llega al ámbito más encumbrado de un contexto que estaba lejos de practicar los principios que Daniel encarnaba en su propia vida. Sin embargo, en ningún momento huyó de allí, eso sí, no quiso contaminarse con la comida del rey. Se mantuvo en aquel ámbito, pero marcando la diferencia.
Digo esto porque podemos observar dos tendencias extremas en este sentido. Primero, aquellos que con el pretexto de identificarse con el mundo, terminan siendo uno más de ellos. Deberían recordar las palabras del profeta Jeremías: “Conviértase ellos a ti, y no tú a ellos”. Y luego, aquellos que en el afán de mantener su “santidad”, se aíslan de su propio entorno. Estos deberían recordar la oración de Jesús por sus discípulos en el evangelio de Juan, cuando ora al Padre diciéndole: “No te pido que los quites del mundo, sino que los guardes del mal”.
Ambos grupos no lograrán llegar con el mensaje del evangelio a su entorno: los primeros se parecen tanto a ellos que no tienen autoridad para hacerlo; los segundos están tan lejos, que carecen de autoridad también.
El apóstol Pablo afirma en Romanos: “Todo el que invoque el nombre del Señor será salvo”. Acto seguido se pregunta: “Pero ¿cómo pueden ellos invocarlo para que los salve si no creen en Él? ¿Y cómo pueden creer en Él si nunca han oído de Él? ¿Y cómo pueden oír de Él a menos de que alguien se los diga? ¿Y cómo irá alguien a contarles sin ser enviado? ¡Qué hermosos son los pies de los mensajeros que traen buenas noticias!”
En definitiva, qué hermosos son los pies de los que no tienen miedo a estar entre pecadores, porque saben dónde están parados.
Si alguien ejemplificó esta verdad con su propia vida fue el Señor Jesús. Por este motivo, se ganó el odio de los religiosos. Permíteme observar esto en dos momentos de su ministerio: Primero, entra a Jericó. La multitud le agolpaba. Hace caso omiso a ésta y proyecta su mirada en lo alto de un árbol sicómoro. Allí se encontraba un ser miserable que deseaba verle: Zaqueo. Cobraba impuestos a los judíos para tributarlos al Imperio Romano. Cuando lo ve le dice: “Bájate ya mismo, porque hoy me es necesario posar en tu casa”. ¿A Dios hecho hombre le era necesario posar en la casa de un ladrón de guante blanco? Jesús entra a su casa, come con él y con los amigos que se le parecían demasiado, y automáticamente produce convicción de pecado en la vida de Zaqueo. En el instante se compromete a devolver de manera cuadruplicada todo lo robado. ¡Mira si no le iba a ser necesario posar en su casa!
Luego, en Juan 4, nos dice que a Jesús le era necesario (se repite la misma expresión) pasar por Samaria. Desde lo geográfico, Él podía evitar pasar por esa región como lo hacían todos los judíos, cruzando dos veces el río Jordán; con lo cual inferimos que detrás de esta expresión hay una verdad aún más profunda. En pleno mediodía se encuentra en el lugar más público de esa región con una mujer que iba a sacar agua del pozo. Jesús comienza a dialogar con ella de una manera que sospecho que tú y yo no lo haríamos. Le dice: “Tú tienes algo que yo necesito”. Jesús tenía sed y la mujer tenía agua. ¿Te imaginas a Dios en forma de hombre en la persona de Jesús dialogando con una mujer, samaritana, de dudosa moral y manifestándole necesitar lo que ella tiene? El final lo conocemos: por el testimonio de Jesús a la mujer y el de la mujer al pueblo, todo ese pueblo creyó en Jesús como el Mesías que estaban esperando. ¡Mira si no le iba a ser necesario pasar por Samaria!
“Señor, dame la capacidad de mezclarme entre quienes no te conocen, para ser un faro en sus vidas. Que mi identidad como hijo tuyo prevalezca y los demás puedan ver que puedo estar con ellos y compartir la mesa, sin renunciar a mis convicciones”.
[email protected] gracias pastor muchas bendiciones desde Francia 🙏