Se ha dicho que el hombre puede vivir 40 días sin comer, 13 días sin beber agua, 8 minutos sin respirar, pero un solo segundo sin esperanza.
En este comienzo de año es imperioso e inevitable determinarnos en quién vamos a confiar, en quién vamos a esperar, a quién vamos a mirar, a quién vamos a escuchar y creer, en fin, en quién vamos a anclar nuestra esperanza.
Veamos la ilustración del citado pasaje bíblico, el ancla es una barra de metal y tiene dos uñas o más para sujetar el barco en el mar; los marineros la utilizan como elemento de seguridad, la colocan para prevención aun cuando no haya pronóstico de viento, para no terminar donde no quieren estar.
Ahora bien, en nuestra vida, en cada situación que atravesamos están involucradas las emociones y si estas situaciones son problemas de cualquier índole, nuestras emociones comienzan a querer tomar el control, y los pensamientos negativos a invadirnos, al igual que un barco puede ser anegado en medio de la tormenta.
Es por ello, que, si no estoy anclado en la esperanza, esos pensamientos de desánimo, pobreza, escasez, temor y soledad van a inundar mi barca, pensamientos que me van a llevar a creer que esas promesas alguna vez recibidas de Dios para mi vida, nunca van a llegar, que no eran para mí, o que ya pasó el tiempo. La lamentable consecuencia de adentrarme en este estado generalizado de desesperanza es que comienzo a actuar conforme a lo que pienso.
Anclarme en la esperanza hace que crea y vivencie que todo va a estar bien con Jesús, que cuando pase por las aguas no me voy a ahogar, ni el fuego me podrá quemar, esta esperanza me llena de fe, porque sé que mi Padre está abriendo una puerta que nadie puede cerrar. Él es mi escudo, la fuerza de mi salvación, mi alto refugio, mi pronto auxilio en las tribulaciones.
Quien ancla su vida en la esperanza no está amargado, no anda quejándose, no se siente ahogado ni temeroso, porque sabe en quién esta puesta la esperanza. Hoy decido estar anclado en la esperanza y sé que Dios, en su infinito poder, hará que sucedan cosas, incluso más grandes de lo que puedo imaginar y las hará en el momento exacto.
Te animo a que no eleves, no saques de ahí tu ancla, deja de tener pensamientos incorrectos como la autocompasión, no le des lugar a la duda, decepción y amargura, no dejes que las emociones controlen el rumbo de tu vida, no importa lo que diga el papel, informe, la economía, el diagnóstico, si tu ancla está echada a la esperanza puedes saber que Dios puede acelerar los tiempos, que la sanidad está en camino, y la restauración y fe inundarán tu casa.
Hoy hay una invitación desde el corazón de Dios y es la de anclar en la esperanza tus próximos días. Convirtámonos en prisioneros de esta esperanza que trasciende el hoy, la familia, a la iglesia, trasciende el éxito, porque para un prisionero de esperanza, la única esperanza está en alguien, una persona: Jesús.
“Amado Padre Celestial, hoy me despojo de toda desesperanza que me lleva al temor, inseguridad, amargura y decido anclar mi esperanza en Ti, quien siempre tiene planes de bien y no de mal y que tus pensamientos son más altos que los míos. Ayúdame a depender solamente de Ti. Te lo pido en el nombre de Jesús”.