Hace varios años que desempeño mis tareas ministeriales de la iglesia en el campo del trabajo social. Las diversas necesidades que tienen hoy las familias me movilizaron al igual que a varios amigos con quienes me une esta vocación de servicio.
Lo que comenzó tímidamente con una serie de visitas al hospital municipal, fue evolucionando y ampliando el abanico de posibilidades de servicio. Bastaba con descubrir una necesidad para que, cual efecto dominó, comenzaran a aparecer una tras otra, provocando una suerte de bola de nieve que continúa hasta el día de hoy.
La pandemia, en 2020, contribuyó también a que se agudizara la problemática de la gente a la hora de generar recursos y comprar alimentos, por lo que tuvimos que crear un programa de asistencia alimentaria que pudiera sostener a esas familias en el tiempo de crisis que se vivía a causa de un virus desconocido.
Con el tiempo, lo que fue una mera entrega de caja de alimentos no perecederos, se convirtió en un semillero de amas de casa que no se conformaban con la idea de estar permanentemente dependiendo de una dádiva. Pronto, el mismo programa ideado para sacar de la urgencia a decenas de familias, se tornó en un encuentro permanente de capacitación para que esas personas comenzaran a andar su propio camino. El disfrute que produce ver el resultado de largos meses de trabajo, concientización e incentivo, es inigualable.
La tarea desarrollada por el equipo requería tiempo y dedicación, por lo que pasaba a ser incierto cómo nos sostendríamos a nosotros mismos y a nuestras familias, ya que las zozobras que nos hizo atravesar la pandemia nos tocaron a todos. Y aquí es donde pudimos apreciar la belleza y la certeza de las palabras de Jesús en el célebre sermón de la montaña. “Son dichosos cuando se preocupan por los demás, pues en el momento en que lo hacen, también se sienten cuidados”, dice de manera tan sencilla, tan entendible, esta versión de la Biblia El Mensaje.
Y fue, precisamente, lo que pudimos comprobar en ese tiempo tan dificultoso en el que decidimos servir al prójimo cuando la razón y la coherencia nos dictaba que nos dediquemos a cuidar solo nuestro entorno familiar. Pero decidimos creer en las promesas de Jesús cuando dijo aquellas palabras tan elocuentes. Decidimos creer que cuando nuestra mira está en el bienestar de nuestro hermano, Dios se ocupa de nosotros. Me gusta la forma en que lo expresa esta versión: “…pues en el momento que lo hacen, también se sienten cuidados”. Y esa fue la sensación que tuvimos, de que el cuidado y el favor de Dios estaba sobre nosotros.
“Querido Dios, gracias por el privilegio y la dicha de servirte. Por el gozo de servir a nuestro hermano, por la plena seguridad de que cuando pensamos en el otro, tú piensas en nosotros. Ayúdanos a despojarnos cada día de cualquier acción egoísta y que podamos tener siempre presente que cuando nos preocupamos por los demás, tú nos haces sentir cuidados”.