Sigue siendo cotidiano en los hogares actuales que los padres o madres, o ambos, son los que ponen reglas de convivencia; ya sea que los hijos tengan edad suficiente para entenderlas o no.
Las reglas buscan ayudar a los hijos a crecer siendo responsables tanto con sus vidas como con las de los demás. Por eso reciben muestras afectuosas de aprobación por ser obedientes, y cierto grado de disciplina cuando no lo hacen.
Sería perjudicial para el propio hijo que no obedece ser recompensado, ya que estaríamos promoviendo ese estilo de vida.
Es evidente que Dios tiene el deseo de bendecirnos. En varios pasajes de su Palabra lo deja en claro. Sólo tenemos que recordar que somos sus hijos e hijas, y en cada familia hay reglas.
Las bendiciones de Dios están listas y en abundancia (las mejores de ellas no son materiales) para ser derramadas sobre quiénes se esfuerzan por retener su Palabra, haciendo que ellas permanezcan en sus corazones y mentes, y se vuelquen en hechos cotidianos.
Dios quiere que retengamos sus mandamientos, porque ellos brotan de Su Palabra. Ellos nos alimentan para vivir nuestra vida por sobre las circunstancias, de modo que estas no nos afecten en nuestro proceso de ser como Cristo.
Vivamos conociendo Su Palabra, pongámosla por obra desde la mañana hasta el final del día, y las bendiciones no tendrán fin.
“Señor, estamos transitando los últimos días del año, y anhelo que tu Palabra sea la guía en mi vida. Que, al hacer el balance de lo acontecido en este ciclo, pueda ver que estuve alineado a ti y a tus mandatos. Ayúdame, corrígeme y haz de mí un testimonio de tu persona”.