Cada año que termina nos gustaría mirar hacia atrás y ver que todo fue maravilloso. Pero no siempre es así. Algunos años son muy difíciles, especialmente si alguien de nuestra familia contrajo una enfermedad o si quedamos sin empleo, asimismo, si pasamos por problemas económicos o por un accidente grave; o si perdimos un familiar o amigo querido. Nuestro deseo es que Dios haga desaparecer nuestras dificultades con un proceder mágico, de un modo que nos beneficie.
En verdad, lo ideal sería que todo se resolviera de acuerdo con nuestra manera. Lamentablemente, con frecuencia no tenemos paciencia, sensibilidad o apertura para apreciar los caminos de Dios. El apóstol Pablo también se sorprende con las decisiones de Dios. Pero al comprender la dimensión del amor del Señor por la humanidad, él exclamó: “¡Dios es inmensamente rico! ¡Su inteligencia y su conocimiento son tan grandes que no se pueden medir!” Por consiguiente, hay ciertas circunstancias y algunos acontecimientos que pueden parecernos incomprensibles al principio, pero posteriormente logramos identificar la mano amorosa de Dios en aquellas situaciones.
Ciertamente, él nos ama y quiere lo mejor para nosotros. Y, además, el Señor también nos ofrece un consuelo incalculable, que es la vida eterna en Cristo Jesús. En ocasiones, no logramos comprender la sabiduría de Dios, pero podemos confiar en sus palabras cuando dice: “Mis planes para ustedes solamente yo los sé, y no son para su mal, sino para su bien. Voy a darles un futuro lleno de bienestar” (Jeremías 29.11). Por eso podemos alabarlo en todos los momentos, como hizo el apóstol Pablo: “Alabemos a Dios por siempre. Amén” (Romanos 11.36).
Todos queremos tener una vida tranquila, pero hay que ser conscientes que la perfecta paz sólo existe en la eternidad con Dios. Así podremos afrontar las situaciones difíciles, siendo sostenidos, apoyados y amados por Dios. Él está con nosotros en los momentos buenos y malos.
“Padre eterno, te quiero dar gracias por este año que está terminando, he podido ver tu fidelidad, tu amor inexplicable, tu paz que sobrepasa todo entendimiento. Gracias por estar conmigo en cada momento, cada etapa vivida, en los buenos días y en los malos también. Tu amor me ha sostenido siempre. Que todo lo que venga, siempre mi corazón y mi alma se aferre a tu amor, a tu Palabra, a tu esperanza. Eres todo lo que necesito. En el nombre de Jesús”.