Las últimas semanas del año siempre traen consigo muchas actividades y preocupaciones. Los niños terminan el colegio y están pendientes de los exámenes, los adolescentes esperan poder graduarse y realizar algún viaje, los jóvenes intentan concentrarse para los finales en la universidad, los adultos quieren terminar lo mejor posible todas las tareas que se han acumulado en el trabajo. A eso se suman las despedidas de año, los preparativos para las vacaciones, los regalos de Navidad y el clásico: “¿qué comemos para las fiestas?”
Cuanto más uno quisiera aminorar la marcha, parar la pelota y terminar en paz, mayores parecen ser las preocupaciones y la ansiedad. En esta época siempre aumentan los precios, se incrementa el tráfico vehicular y crecen las exigencias de los demás. En lugar de disfrutar, llegamos a estas fechas rogando que el tiempo pase rápido y se termine cuanto antes. Esto no debería ser así. Este es el tiempo de contemplar la gloria de Dios, tiempo de meditar en Su fidelidad a través de los meses pasados, tiempo de agradecer por cada una de las demostraciones de Su gran bondad.
Cuando los pastores en las afueras de Belén recibieron el anuncio de que estaba naciendo el Salvador cerca suyo, vieron a los ángeles en los cielos alabar a Dios diciendo: “¡Gloria a Dios en las alturas! ¡Paz en la tierra a todos los que gozan de su favor!” (Lucas 2:14, RVC). Quienes hemos recibido al Salvador, tenemos Su favor y, como consecuencia, deberíamos estar disfrutando de Su paz. Claro que esto solo sucederá si mantienes los pies sobre la tierra, pero la mirada en las alturas.
No permitas que tu corazón se sienta cargado por la comida o la bebida que consumirás, la ropa que vestirás, o los regalos que debes hacer. Cuando sientas palpitaciones a causa de la ansiedad con la que el mundo vano y materialista quiera abrumarte, recuerda la razón de la celebración: “Entonces la Palabra se hizo hombre y vino a vivir entre nosotros. Estaba lleno de amor inagotable y fidelidad. Y hemos visto su gloria, la gloria del único Hijo del Padre” (Juan 1:14, NTV). Tómate un momento, tan frecuentemente como sea necesario, para contemplar Su gloria y luego proclama junto con el salmista David: “Sólo en Dios halla descanso mi alma” (Salmos 62:1, NVI).
“Señor Jesús, gracias por venir al mundo como el único Salvador. Ayúdame a meditar a diario en esa vida abundante que me has regalado y a recordar que en Ti tengo todo lo que necesito. Llena mi alma de esa paz que el mundo no me puede ofrecer. Recibo tu descanso. Amén”.