Hoy te invito a observar un segundo instante en la vida de este profeta.
2. Su visión (Jeremías 18:1-6).
Varios textos de la Palabra reiteran el concepto del hombre como barro y Dios como alfarero.
Job 10:8: “Me hiciste con tus propias manos, tú me diste forma”.
Isaías 64:8: “Ahora, pues Jehová, tú eres nuestro Padre; nosotros barro, y tú el que nos formaste; así que obra de tus manos somos todos nosotros”.
Un viejo coro decía: “Haz lo que quieras de mí, Señor, tú el alfarero, yo el barro soy; dócil y humilde anhelo ser, cúmplase siempre en mí tu querer”. Dios planeó con exactitud cómo quería que lo sirvieras y te formó en función a esa tarea. Eres de la manera que eres, porque fuiste hecho para un ministerio específico. Alguien dijo: “Dios no te va a formar de una manera, para usarte de otra”. ¡Sólo tú puedes ser tú! Eso significa que nadie más en la tierra podrá jugar el papel que Dios planeó para ti.
Hay dos cuestiones que debemos tener en claro en este sentido:
Primero, Dios tiene en cuenta tu personalidad, y la usa para sus fines. La Biblia dice: “Dios obra a través de personas diferentes, en maneras diferentes, pero es el mismo Dios quien cumple su propósito a través de todos ellos”. La Biblia nos da prueba de que Dios usa todo tipo de personalidades: Pedro era sanguíneo, Pablo era colérico y Jeremías era melancólico… ¡y la lista sigue!
Tu personalidad fue determinada por Dios para su propósito, con lo cual, lejos de compararte a otros, deberías celebrar la personalidad única que Dios te dio. El cantautor Marcos Vidal escribió: “No pretendas ser otro en tu imaginación, sé más sabio y acepta el molde de tu condición”. Si te comparas con otro, inevitablemente te sucederán dos cosas: Te vas a sentir pequeño en relación a algunos y te desanimarás, y te vas a sentir demasiado grande en relación a otros, y te envanecerás. Por eso Pablo nos sugiere: “Evita las comparaciones, resiste las exageraciones y ve sólo las recomendaciones de Dios”.
Y segundo, Dios tiene en cuenta tus antecedentes y los usa para sus fines. Sigmund Freud decía: “He sido un hombre muy afortunado en la vida, nada me ha resultado fácil”. Jim Cymbala, por su parte, afirmaba: “Las calamidades de esta vida, son de hecho parte de la estrategia de Dios para fortalecer nuestra alma como el hierro”. Y Pablo a los Corintios es categórico: “Porque esta leve tribulación momentánea, produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria”. Las experiencias dolorosas son las que Dios usa para prepararte para su servicio. “Dios nunca desperdicia el dolor”. De hecho, el ministerio más grandioso surgirá de tu dolor más grande.
John Bunyan fue un inglés pobre, escasamente educado, hojalatero de oficio, al que le pasó de todo y un poco más, y fue poderosamente utilizado por Dios. Escribió uno de los libros más vendidos y leídos: “El progreso del peregrino”. Contemporáneo a él vivió John Owen, un prestigioso teólogo inglés, tan encumbrado, que tenía contacto directo con el rey de Inglaterra. Cuando la fama de Bunyan comenzó a expandirse, John Owen concurrió a escuchar uno de sus sermones y quedó impactado. Al otro día, el rey lo mandó llamar y le preguntó cómo un hombre tan relevante como él había ido a escuchar a un simple hojalatero como Bunyan, a lo que él contestó: “Su majestad, lo que yo daría por perder todo el conocimiento que tengo, con tal de ganar el poder que tiene ese simple hojalatero para cambiar los corazones con el mensaje del evangelio”.
Definitivamente Dios utiliza nuestra personalidad y nuestros antecedentes para hacer su obra.
“Señor, como dice aquél viejo himno: soy barro, y tú eres el alfarero. Dame la forma que quieras para servirte en aquello para lo que pensaste para mí”.