La bella criatura rompió el capullo, dejó que la luz invadiera el receptáculo que la había estado encarcelando, se encaramó por la abertura avizorando un entorno que la invitaba a explorar, desplegó sus alas y voló libremente como si toda su vida lo hubiera estado haciendo.
Las mariposas fueron diseñadas por el Creador para realzar la belleza de las praderas, bosques y jardines. La extraordinaria variedad de colores, las irisaciones, los reflejos metálicos y la suavidad aterciopelada hacen resaltar más la elegancia de su vuelo.
La naturaleza las engalanó con sus más preciados tesoros para embellecerlas, permitiendo que nosotros podamos apreciarlas y admirarlas. Los coleccionistas buscan las variedades más exóticas y coloridas, los niños se divierten persiguiéndolas y los ciclos siguen su curso en este mundo lleno de incoherencias y paradojas… y también impactantes bellezas.
Al volar de flor en flor para alimentarse, las mariposas —así como las abejas y otros insectos— desempeñan un importante papel en la reproducción de las plantas, pues fecundan a la flor que visitan con el polen que se adhirió a su cuerpo al introducirse antes en otras flores.
¿Se imaginaba acaso la oruga que sufriría tal transformación? ¿No era más lógico pensar que al tejer el capullo estaba preparando su mortaja? ¿Podía siquiera vislumbrar la importante función que debería cumplir luego de semejante cambio?
Y si el Creador tiene propósito con una de sus criaturas más pequeñas, encomendándoles una misión tan importante… ¿no tendrá lo mismo con Su obra maestra: el ser humano?
Precisamente, en este mundo en el que vivimos, lleno de incoherencias y paradojas, cada circunstancia adversa que nosotros atravesamos, cada problema o dificultad que se nos presenta nos introduce en un proceso de transformación. En el caso de la oruga, es una sola vez en su vida, mientras que, en nuestro caso, estos procesos pueden ser varios.
En la asombrosa maravilla de la naturaleza, Dios transforma las orugas en mariposas, la arena en perlas, el carbón en diamantes, la insignificante semilla en un árbol frondoso, usando el tiempo, la presión y las situaciones adversas. De la misma manera trabaja en nosotros, hasta lograr sacar a luz Su obra maestra. Es el proceso que nos prepara para nuestra misión en esta tierra: no tratemos de evitarlo, demorarlo o extenderlo más de lo que lleva.
A veces, cuando estamos en un “momento oscuro” de nuestra vida, tendemos a pensar que hemos sido sepultados, enterrados, que estamos muertos. En realidad, hemos sido “sembrados”. Esperemos el proceso de la germinación (sacándole provecho al máximo a ese trato aprendiendo), y pronto saldremos a la superficie con fuerzas, creceremos, floreceremos y daremos fruto. “Ustedes saben que el grano de trigo no produce nada, a menos que caiga en la tierra y muera. Y si muere, da una cosecha abundante” (Juan 12:24).
El atravesar una crisis debería verse como una bendición y no una tragedia. Una crisis te despierta del letargo, te sacude lo que estuvo causando complacencia, te motiva a utilizar el potencial latente y sin desarrollar, y te ayuda a que puedas redescubrir el propósito original de Dios para tu vida.
El proceso que se vive en la crisis no es para derrumbarte, sino para elevarte a niveles más altos. Sacúdete las ideas equivocadas, llena tu mente con la Palabra de Dios, y posiciónate para lograr avanzar hasta alcanzar el diseño del Eterno: ¡fuiste creado para ser más que vencedor!
Cuando alcanzas la victoria en cierta circunstancia, te das cuenta de que, en realidad, no era para castigarte, sino para prepararte. ¡Siempre mantente firme y fuerte! ¡La victoria está asegurada! ¡Y en el proceso, nos vamos formando y aprendiendo!
Dios te creó a propósito, con propósito, por un propósito: el propósito de ser quien Dios designó que fueras. No una copia, no una versión light, no un disfraz, tampoco un presumido o creído. Los extremos son malos.
El propósito de Dios para tu vida es que seas tú. La misión de tu vida en esta tierra, nadie puede cumplirla por ti. Ya sea en el anonimato o en la fama, sea criando una familia bendecida o predicando a las masas, sea en la soledad del desierto o en la conglomeración de la metrópoli: lo que Dios puso en tus manos, es tu tarea, tu responsabilidad, tu asignación. ¿Ya la descubriste? ¿La estás llevando a cabo?
Dicen que nadie cambia de la noche a la mañana. Sin embargo, uno puede levantarse un día y decir: “Ya basta, es tiempo de hacer las cosas bien. Tengo que alinear mi vida con el propósito de Dios”. Sea cual fuere la decisión que tengas que tomar, no la demores. Tu fe te lleva a apurar el tiempo del proceso, mientras que tu duda e indecisión lo demora, lo extiende, te agota.
“Decidirás una cosa, y se te cumplirá, y en tus caminos resplandecerá la luz” (Job 22:28, LBLA).
“Querido Dios: hoy, en medio de mis circunstancias, me pongo en tus manos para que me transformes en una persona nueva, cambiando mi manera de pensar y de actuar. Creo en tus promesas, rechazo la duda, el temor y la inseguridad, y me preparo para cumplir el propósito que tienes para mi vida. En el nombre de Cristo Jesús”.
Publicado originalmente en la Antología “El cambio” de M. Laffitte Ediciones.