3er modelo: No conoce ni las escrituras ni el poder de Dios.
¡Déjame decirte que este tercer modelo existe! Ellos utilizan la iglesia como ámbito para relacionarse con otros seres humanos con los cuales se identifican. En definitiva, la iglesia es sinónimo de vida social… ¡y nada más!
En la iglesia donde nací y crecí, teníamos la costumbre de que aquellos que se bautizaban contasen su testimonio antes de hacerlo. Me llamaba la atención escuchar a muchos referir que no sólo había cambiado su vida espiritual a partir de la conversión sino también lo social, producto de haberse sumado a la comunidad de fe. ¡Qué extraordinario es esto último, siempre y cuando no conforme la totalidad de la experiencia!
El juez alemán Bernard Schlink publicó una famosa novela a finales de los ’90, con la cual adquirió fama como escritor, razón por la cual dio el mensaje de apertura de la feria del libro en Alemania hace algunos años. Allí hizo una confesión que dejó atónitos a los concurrentes, al aclarar que iba cada domingo a la iglesia. Algunos periodistas allí presentes le expresaron no saber que él era religioso, a lo que contestó que no lo era, pero que la experiencia de la liturgia cristiana le causaba fascinación. Las personas utilizan su único día de descanso, se preparan, llegan al templo, tienen comunión más allá de ser tan distintos unos de otros, se ayudan mutuamente no sólo entre ellos sino también a su comunidad. “La verdad”, dijo él, “es una experiencia que por nada del mundo me perdería”.
El filósofo argentino Santiago Kovadloff escribió un poema protagonizado por un judío no religioso que iba cada sábado a la sinagoga. A lo largo del poema explica el motivo por el cual lo hace. “Afuera hay violencia”, dice él, “adentro hay paz. Afuera hay traición, adentro lealtad. Afuera hay mentira, adentro hay verdad”. La sinagoga resultaba, en definitiva, un oasis en medio de una vida agitada.
Déjame decirte que el Dr. Schlink y el personaje del poema de Kovadloff van cada sábado y cada domingo a la iglesia. Sin embargo, no conocen ni las escrituras ni el poder de Dios.
4to modelo: Conocen las escrituras y el poder de Dios.
En este último modelo nos encontramos con cristianos cuyas vidas están conformadas por estos dos elementos fundamentales: las escrituras y el poder de Dios.
En Lucas 24:13-35 encontramos el relato de dos discípulos del Señor que iban camino a una aldea llamada Emaús. Iban charlando acerca de lo sucedido esos últimos días. De golpe, se aparece ante ellos Jesús resucitado, pero no le reconocen. Él les pregunta por qué estaban afligidos, y ellos lo tratan como si el Señor hubiese estado descolgado de la realidad. Le cuentan de que el Mesías había muerto, había sido sepultado y aún no había habido noticias de él. Una gran desolación los abatía. Es increíble, tenían delante de ellos al protagonista de su conversación y sin embargo no le reconocían. Jesús hace algo llamativo: les empieza a hablar las escrituras, recordándoles que ella profetizaba que el Mesías habría de venir, padecer, morir, ser sepultado y al tercer dia resucitaría. Acto seguido, al llegar al lugar de destino, invitan a Jesús a cenar con ellos porque se había hecho tarde. Se sientan a la mesa, parten el pan y allí le reconocen, aunque él desaparece en medio de ellos. En ese momento se hacen una pregunta clave que, si me permites, voy a parafrasear: “¿Cómo no nos dimos cuenta de que el que venía con nosotros era Jesús resucitado si cuando nos hablaba las escrituras nuestro corazón ardía? ¿Cómo no nos dimos cuenta de que era él, si después de habernos hablado las escrituras ya no fuimos los mismos? ¿Cómo no nos dimos cuenta, si esa palabra hablada atravesó nuestro corazón?”
Cuando me casé cambié de tintorería. Quizás esto no signifique nada para ti, pero en aquel tiempo visitaba frecuentemente a mi tintorero ya que trabajaba en saco y corbata. Una tarde, al concluir el trabajo, noté que mi pantalón tenía una mancha redonda, casi perfecta, en el costado derecho. Llegué a casa, me cambié y llevé el traje a la tintorería. El tintorero vio la mancha y me dijo: “El portafolio que utilizas es muy ordinario, rozó el pantalón y lo manchó. Es una mancha menor que sale fácilmente. Despreocúpate”. Al volver a mi casa me pregunté cómo sabía él del portafolio, ya que nunca me había visto con ropa de trabajo. La respuesta era obvia: conoce las telas, conoce los elementos que pueden dañarlas y de qué manera lo hacen. Conoce esto tan bien que no necesita preguntar, él simplemente afirma. Lo mismo sucede con aquellos que conocen las escrituras y experimentan el poder de Dios en sus vidas. Ellos no necesitan preguntar. ¡Ellos simplemente afirman!
Nuestro ejemplo supremo es Jesús. El relato concluye diciéndonos que, al escucharlo, la gente se admiraba de su doctrina; dicho de otra manera, se admiraban de su conocimiento de las escrituras. Cada vez que el hacia milagros de cualquier tipo, la gente se admiraba de su poder. Dicho de otra manera, experimentaba el poder de ese Dios que conocía a través de las escrituras. En definitiva, supo equilibrar ambos elementos en su vida diaria.
Alguien dijo respecto a la Palabra de Dios: “Léela poco y serás como muchos; léela mucho y serás como pocos”.
“Señor, quiero ser de esos pocos que conocen las escrituras y que como consecuencia natural pueda experimentar tu poder”.