C.S. Lewis escribió una colección de escritos sobre teología y ética.
-Siempre me estás arrastrando-, le dije a mi cuerpo.
-¡Arrastrando a ti hacia abajo!-, respondió mi cuerpo.
-¡Bueno, eso me gusta! ¿Quién me enseñó a gustarme el tabaco y el alcohol? Usted, por supuesto, con su idiota idea adolescente de ser “adulto”. Al principio, mi paladar odiaba a los dos: pero tú te saldrías con la tuya. ¿Quién puso fin a todos esos pensamientos enojados y vengativos anoche? Yo, por supuesto, insistiendo en ir a dormir. ¿Quién hace todo lo posible para evitar que hables demasiado y comas demasiado dándote gargantas secas, dolores de cabeza e indigestión? ¿Eh? –
-¿Y qué hay del sexo?- Dije.
-Sí, ¿qué pasa con eso?-, replicó el cuerpo.
-Si tú y tu miserable imaginación me dejaran en paz, no le daría problemas. Eso es alma por todas partes; me das órdenes y luego me culpas por llevarlas a cabo.
Pensaba en las veces que me encontré hablando con mi yo, sola en casa, en muchos momentos discutiendo, en otras subyugándome por esos pensamientos internos y otras consultándole o alimentándolos. He hecho un balance y me he preguntado si esos pensamientos eran parte de mí o sólo eran herramientas de otro plano para lograr un cometido tortuoso.
Muchas veces en nuestro andar cristiano, nos es más fácil desviar el sentido de todos hacia otro lugar, que si bien existe y si bien nos ha declarado una guerra constante, hemos decidido inculpar por cualquier situación. Pablo les habla a los Filipenses “piensen en cosas excelentes”. La carta a los Filipos es una llena de agradecimiento y con algunas recomendaciones, entre ellas en cuidar sus pensamientos.
La iglesia de Filipenses fue fundada en el segundo viaje de Pablo. Todos recordamos ese versículo donde el apóstol recibe una visión, ve un hombre de Macedonia que le pide que los ayude. ¿Recuerdas? Sí, los filipenses. Filipos era una provincia romana de Macedonia. Al leer todo esto y llevarlo a este consejo que Pablo escribía preso, ni más ni menos. Pienso cómo es que él podía dar este consejo. ¿Será que Pablo no luchaba con su ser interior? ¿Sería tan fácil para él?
Todos luchamos con conversaciones internas, pensamiento que nos pertenecen, que viven en nuestras emociones, en nuestros sentimientos y estados de ánimo, en nuestra carne. Claro que Pablo tenía los mismos y hasta quizá peores conversaciones que las nuestras. Es más, en la carta a los Romanos él confiesa que quiere algo pero termina haciendo otra cosa, una lucha constante con su mente. Pero también vemos que había tomado una determinación. En 2 de Corintios 10:5 Pablo dice: “llevando cautivo todo pensamiento, para que obedezca a Cristo”.
Cuando te encuentres hablando contigo y esos pensamientos no sean potenciadores de tu fe, de tu identidad, sino más bien que te limiten, te obstruyan, te hagan dudar de tu identidad, recuerda a Pablo diciendo: “piensa en cosas excelentes y dignas de alabanza, lleva cautivo tus pensamientos, tus conversaciones internas a la obediencia de Cristo, porque tú tienes la autoridad para hacerlo”. Eso no significa que la lucha deje de existir, pero sí significa que podemos elegir qué pensamos y a cuáles de todas esas conversaciones les vamos a creer y darles autoridad en nuestras vidas.
“Señor, llevamos cautivo en este día todo pensamiento y conversación de derrota, de juicio, de baja estima a la obediencia de Cristo, a la mente Cristo y te pedimos que tu Espíritu Santo nos llene de pensamientos excelentes, de palabras de validación, para declarar que Tú reinas en nuestra mente y nuestro cuerpo para la Gloria de tu nombre”.