Moisés nace estando el pueblo de Israel esclavo en Egipto. Conocemos las circunstancias que Dios utilizó para preservar su vida, mientras faraón mandaba matar a los primogénitos israelitas. Se cría y educa en el palacio, privilegio de unos pocos. Cierto día observa a un hombre golpeando a otro, y acciona matando al agresor. Se cree a salvo creyendo que nadie le había visto, pero rápidamente es consciente de que esto no había sido así, y huye sabiendo de que su vida corría peligro. Llega a la tierra de Madián y comienza a pastorear las ovejas de quien se transformaría en su suegro: Jetro. Mientras cumplía con su tarea experimenta una situación sobrenatural: observa una zarza que ardía, pero no se consumía. En medio de este acontecimiento, el Señor le llama a volver a Egipto para liberar a su pueblo. Frente a este desafío él, como tantos otros a lo largo del texto bíblico y como tantos otros hoy en día, pone excusas. Para ser precisos dos:
1. El pueblo era rebelde
Moisés no estaba tan desacertado en su apreciación y tuvo 40 años para comprobarlo. Caminando por el desierto luchó una y otra vez viendo como el pueblo volvía a la idolatría, siendo que el propio Señor les había liberado de manera milagrosa de la tierra de Egipto. En varias oportunidades algunos le dijeron: “Mejor nos hubiera sido morir, que estar transitando el desierto a tu lado”. Por la terquedad del pueblo, un viaje que en situación normal debería haber durado 3 meses, terminó durando 40 años. Frente a esta primera excusa, el Señor le recuerda, que ese pueblo rebelde era el que Él había escogido para sí.
2. Él era limitado
Esto era 100% cierto. Él no se autopercibía limitado: simplemente lo era y se lo recuerda al Señor, como si su Creador no lo supiese. Frente a esta situación el Señor se manifiesta como el Creador de sus limitaciones. ¿Se atrevería Moisés a cuestionar a Dios? ¿El ser creado cuestionaría a su Creador por su obra?
Esta situación por la que atraviesa Moisés me recuerda a aquello que el apóstol Pablo comparte con los Corintios en su segunda carta: les cuenta que tenía una limitación y acto seguido les explica el por qué Dios la había puesto en él. Dicho en criollo: “para no creérmela demasiado”. Me gusta pensar que Dios pone en nuestro entorno dos tipos de personas: menos capaces que nosotros, para que sintamos que si las usa a ellas nos puede usar a nosotros; y más capaces que nosotros, para que no nos la creamos tanto.
Lo interesante es que, aunque tenía en claro el por qué de su limitación, le pidió a Dios que la quite de su vida, y lo hizo tres veces. Tenía muchos deseos de que esto suceda. Lejos de que esto sucediese, el Señor le da como respuesta un: “Bástate mi gracia”. Dicho de otra manera: mi gracia es suficiente para que puedas convivir con tu limitación, y para que conviviendo con ella puedas hacer la obra que te estoy encomendando. El Señor le aclara que su poder se perfecciona en la debilidad. En otras palabras, cuando me siento débil, dependo de Él, y cuando dependo de Él, Él se manifiesta a través mío. El apóstol entonces se propone apreciar sus debilidades, ya que cuando es débil, ¡entonces es fuerte! ¡Tremenda paradoja del reino! ¡100% contracultural!
Un pensador dijo: “Es increíble cuán fuertes podemos tornarnos cuando comprendemos lo débiles que somos”.
El Pastor Jim Cymbala dice: “La debilidad atrae a Dios. Él no puede resistir a los que con humildad y sinceridad reconocen con cuánta desesperación lo necesitan. En efecto, nuestra debilidad crea lugar para su poder”.
Pero volvemos a la historia de Moisés, y descubrimos a Dios como aquel que provee los recursos necesarios para enfrentar nuestras limitaciones. Dios le recuerda a su siervo, que a su lado estaba Aarón su hermano. Él era diestro en el discurso, y se podían complementar de manera extraordinaria. De hecho, hicieron eso.
John Maxwell dice: “El líder no sabe todo, pero tiene el teléfono de los que saben”.
Finalmente, el Señor le hace una pregunta al hombre de las excusas, pregunta clave desde mi mirada: “¿Qué es eso que tienes en tu mano?” Parafraseemos: “¿Con que recursos cuentas para hacer la obra a la que te estoy encomendando?”
Yo me imagino, permíteme inferirlo, a Moisés escuchando esta pregunta de parte de Dios. Los diálogos entre ellos eran frecuentes, ya que “hablaba Jehová a Moisés cara a cara, como habla cualquiera a su compañero” (Éxodo:33:11). Me lo imagino señalando su único recurso, una vara, un elemento tosco cuyo único detalle consistía en una curvatura en uno de los extremos, para que el pastor lo extendiese y con delicadeza y firmeza atrajese a las ovejas que intentaban alejarse del rebaño. Me lo imagino mostrándole al Señor su recurso limitado, mientras lo escucha decirle: “Tomarás ese recurso limitado, y con él harás mi obra”. “Tomarás un recurso ordinario, que es el tuyo y harás una obra extraordinaria que es la mía”.
La vida de Moisés nos muestra cómo un hombre con recursos limitados fue poderosamente utilizado por Dios para bendecir literalmente a las multitudes. Liberó al pueblo de la esclavitud de Egipto, les guió 40 años por el desierto, y le dejó frente a la tierra prometida donde Josué toma la posta como líder del pueblo.
Me miro a mí mismo y me pregunto: ¿Qué es eso que tengo en mi mano? ¿Te atraverias hoy a hacerte la misma pregunta?
“Señor, reconozco mis debilidades y mis limitaciones, por lo tanto, te las entrego a ti. Deseo hacer tu voluntad. Reconozco que mis debilidades en manos tuyas son mejores que mis fortalezas sin tu compañía. Me pongo en tus manos para toda buena obra y me dispongo a que te glorifiques en mis debilidades”.