Hay eventualidades que son únicas, que son mérito para tapas de los diarios y de viralizaciones. Podríamos decir que en ciertas ocasiones suceden cosas tan inexplicables que no podemos enmarcarlas bajo ningún título. Sólo podemos decorarla con adjetivos. Pensemos en aparecer en medio de una escena tenebrosa, devastadora y avasallante. Y que tu única reacción sea un silencio, una pausa, un suspiro y nada más.
Ezequiel menciona (capítulo 37) que la mano de Jehová lo llevó a un valle que estaba lleno de huesos secos. Lo primero que podemos mencionar es que estaba en un lugar donde se había librado una gran batalla, y que esos huesos, eran cadáveres de soldados que murieron y no tuvieron una muerte digna, ya que no fueron enterrados como era la tradición en esa época. Por tal motivo podríamos decir que Ezequiel estaba en un lugar desolador. Y que esos huesos eran los restos del pueblo de Judá que sufrió el ataque de un ejército que lo atacó y llevó cautivo. En medio de ese silencio desolador, Dios le habla y le dice: “¿Vivirán estos huesos?” Y Ezequiel responde, dando a entender su incapacidad de saberlo: “Tú lo sabes”.
Lo que continuó es lo que quizás hemos escuchado en muchos mensajes. Una profecía única. Y en cada etapa de ese hito, la reconstrucción de un ejército regenerándose delante de sus ojos. Hueso con hueso, tendones, carne y piel siguieron el rito de ese incomprensible evento. Es algo muy impactante y simbólico. ¿Te lo imaginas? Pero todo eso tiene un mensaje detrás. Luego de tanta desgracia que ha sufrido el pueblo de Judá, por su desobediencia, por su idolatría, lo que lo llevó a la miseria misma, Dios volvería a traer a su pueblo, desde los confines de la tierra (deportación) y los uniría y serían un sólo pueblo (refiriéndose al reino del norte y el del sur) y que esto tenía un tiempo establecido para ello.
Es impresionante cómo de una historia tan triste como la del pueblo de Israel, luego de pasar por muchas etapas de crisis deshonrosas, Dios le daría una oportunidad y que esta sería lo que radicaría su identidad eternamente. ¡Pensemos…! ¿Desde dónde Dios nos trae? Desde la más vulnerable etapa. Desde la más vergonzosa situación. Desde nuestros oscuros errores.
A Dios nada ni nadie lo condiciona para lo que Él tiene planeado. Nuestro Padre nos ama tanto que siempre nos hará saber que su historia con nosotros no termina así. Él tiene un final distinto para nosotros
“Querido Dios, gracias por volver a invitarme, a abrazarme, por aceptarme a pesar de que mi condición me alejó demasiado. Gracias por amarme tanto. A veces pienso, ¿soy merecedor de tanto? Y luego te haces presente con una palabra”.