Alguien dijo alguna vez que la vida es un conjunto de decisiones a tomar. Todo el tiempo estamos tomando decisiones. Las estadísticas afirman que el ser humano promedio toma al día 2500 decisiones. Algunas son sumamente trascendentales, y otras son las del día a día, aquellas que hemos mecanizado, pero no por eso dejan de ser decisiones. Ambos modelos tienen un denominador común: cada decisión tomada hoy, afecta inevitablemente nuestro mañana. Dicho de otra manera: cada situación vivida hoy, es muchas veces la consecuencia de decisiones tomadas en el ayer.
El Señor Jesús contó en una de sus tantas parábolas, la historia de un padre y sus dos hijos (Lucas: 15:11-24).
Al comenzar la historia, podemos observar que el hijo menor tomó una decisión y acompañó dicha decisión con una oración. Tomó la decisión de irse lejos del padre, y la acompañó de una oración: “Padre, dame”. De alguna manera le dijo: “No quiero estar más cerca tuyo, quiero los bienes que me corresponden”
Lo que esta decisión y esta oración revela, es que, en esta instancia de la historia, el interés del joven no estaba en la persona de su padre sino en los bienes que de él podía obtener. Nuestra cultura se parece y mucho a este joven: no tiene interés en la persona de Dios, pero si hay dificultades, crisis o escasez, aparece el interés por sus beneficios.
El padre no sólo no objetó su decisión, sino que también respondió a su oración. Él marchó lejos, con todos los bienes que como hijo le correspondían. A corto plazo disfrutó de los beneficios del padre, pero luego comenzó a sentir las consecuencias de su decisión y su oración. Experimentó una primera consecuencia dulce y corta que dio lugar a una segunda consecuencia amarga y larga.
Terminó cayendo en los más bajo que un judío podía caer: apacentar cerdos. No olvidemos que el cerdo era sinónimo de inmundicia. Bastaba con que el judío lo tocase, para volverse inmundo por siete días. Este muchacho no sólo los tocaba, sino que los apacentaba. Había caído verdaderamente bajo.
Fue allí que volvió en sí; dicho de otra manera, volvió a ser el mismo hijo que había pedido la herencia a su padre. Cayó en la cuenta de que todos aquellos que estaban cerca de su padre estaban mejor que él.
Fue entonces que tomó una segunda decisión y la acompañó de una segunda oración. Tomó la decisión de volver cerca del padre y elevó una segunda oración: “Padre, hazme como a uno de tus jornaleros”.
Para entender la profundidad de su segunda oración, tengamos en cuenta que ser esclavo era una calamidad. Casi como ser un objeto. Pero el esclavo tenía dos “derechos”: techo y comida. Si el amo quería utilizarlo para tareas duras, debía proveerle estas dos cuestiones. Mientras que el jornalero trabajaba por la jornada, y podía ser despedido, sin siquiera recibir la paga por lo trabajado. A través de esta segunda oración, el joven imploraba: “Hazme como uno de esos que no tienen ningún derecho, pero que están cerca del padre”. ” Hazme como uno de esos que son tratados como insignificantes, pero gozan de la presencia del Padre”.
En esta instancia de la historia, ya no estuvo interesado en los beneficios del padre, sino en su persona. Deseaba volver a ser el hijo que alguna vez había sido.
Se puso en acción y antes de llegar a su casa, su padre ya lo estaba esperando. Tenía la certeza de que en algún momento regresaría, ya que en ningún lugar estaría de la misma manera que estaba en su casa. Cuando lo vio, corrió hacia él y no le permitió formular su oración, sino que le abrazó. Sorprendentemente llamó a sus siervos y les mandó poner sobre el hijo una túnica: sinónimo de honra; un anillo: sinónimo de autoridad y calzado: éste diferenciaba al hijo del esclavo del hijo de la familia. Definitivamente, no fue como uno de los jornaleros; su padre lo trató como si nunca se hubiese ido de la casa.
La palabra pródigo tiene dos significados y ambos son muy distintos. El primero se refiere a aquél que despilfarra o gasta sin cuidado sus bienes. Esta primera definición le cabe como anillo al dedo al hijo. Pero la segunda se refiere a aquél que da con generosidad lo que tiene o lo pone al servicio de los demás. Esta segunda definición le cabe como anillo al dedo al padre. Alguien dijo que esta parábola podría llamarse la parábola del padre pródigo. Ambos fueron pródigos por igual.
¿Por qué “Padre, hazme” y no “Padre, dame”? Cuando hace su primera oración, lo único que recibe fueron bienes materiales. Cuando eleva su segunda oración, vuelve a ser el hijo que alguna vez había sido, vuelve al hogar del padre, se reestablece la relación padre e hijo y además y como consecuencia de todo esto obtiene todos los bienes materiales que como hijo le correspondían.
Nuestro desafío es volver al padre y orar diciéndole:
“Padre, hazme”.