No sé si a ustedes les pasa, pero acá en Argentina todas las juntadas con amigos siempre van acompañadas de “comida”. Amamos eso porque comer con amigos o con la familia tiene algo tan especial.
Recuerdo cuando era niña y venían personas a comer a casa. Mi mamá siempre solía elegir el mejor mantel, ponía los platos nuevos, preparaba hasta las ensaladas decoradas. Cuando los invitados llegaban, ella, que ya había cocinado con tiempo y dedicación, los servía con amor y diligencia. De vez en cuando me hacía un gesto cómplice que me daba a entender que debía ayudarla. Todo debía hacer que los invitados se sientan a gusto. Si hoy tengo que resumirlo, en una palabra, cada vez que alguien llegaba a casa debíamos destilar “honra”.
Hoy en día, mis juntadas con amigos son algo diferente. Generalmente, me gusta armar comidas a las que yo llamo “participativas”. Elijo hacer noche de tacos o de picadas porque me gusta lo que se genera alrededor de una mesa de variedad de sabores. Hay cruce de manos tomando el bocado, risas, charlas, libertad, espontaneidad, etc… Por supuesto que las preparo con la misma dedicación y honra, sólo que, mientras ellos están, en vez de servirles, me siento a disfrutar junto a ellos.
Cuando pienso en Hechos 2:46 y 47, se me viene estas dos imágenes en relación a la Iglesia, nuestra casa, la casa de Dios, donde recibimos a personas cada fin de semana. La mesa servida destila honra y eso es hermoso, pero quizás es más estática, más protocolar, y menos espontánea, donde sólo recibe el que está sentado a la mesa. Pero qué diferente es la juntada cuando la mesa tiene variedad de sabores, cuando nos sentamos alrededor para poder comer, cuando le pedimos al otro que sea de alcance para poder alimentarnos.
¿Te imaginas esa escena que cita en Hechos 2 :46 y 47? Todos reunidos en una mesa con una gran picada, llena de unidad, alegría, entusiasmo, generosidad y alabanza.
Qué lindo es saber que podemos servir al otro mientras que nos alimentamos, que todos podemos sentarnos en la misma mesa, que la unidad y el compartir se desarrollan en misma práctica. Que todos tenemos algo que aportar a esa “Gran picada”. ¡Que los dones de uno y de los otros son para todos! Para edificar la iglesia de Dios, para crecimiento y salud del cuerpo de Cristo.
“Señor, enséñame a servir con un corazón dispuesto a compartir, a disfrutar y a honrar al que tengo al lado. Enséñame a ver la iglesia como una casa que recibe y alimenta a todos. Enséñame a disfrutar con entusiasmo de la unidad en el espíritu”.